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4 de mayo de 2017

AMORES QUE MATAN

Siempre impresionan los sacrificios de los que son capaces muchos papás y mamás por el bien de sus hijos: sacrificios en el trabajo, en el cuidado de los hijos enfermos, en la búsqueda de bienestar en el hogar, en la […]

Siempre impresionan los sacrificios de los que son capaces muchos papás y mamás por el bien de sus hijos: sacrificios en el trabajo, en el cuidado de los hijos enfermos, en la búsqueda de bienestar en el hogar, en la acogida y en el perdón, etc. Son tantos los sacrificios de los padres por el bien de sus hijos que nunca dejan de maravillar como una de las muestras del amor que anida el corazón humano.

Sin embargo, pocas veces se considera el mal y el daño que los padres pueden hacer a sus hijos, a causa de algunas malentendidas formas de amor hacia ellos. No me refiero a las diversas formas de maltrato o de violencia familiar que a veces pueden darse y -ciertamente- dañan mucho a los hijos. Me refiero, más bien, a formas muy mal entendidas de lo que es el amor y cuidado de parte de los papás y mamás -y, a veces, también, de parte de los abuelos- a los hijos o nietos, las cuales producen mucho daño, como es la sobreprotección y el deseo de que los hijos sean exitosos a toda costa.

Me ha tocado ser testigo de muchas situaciones de sobreprotección de papás o mamás a sus hijos y del daño que les producen, volviéndolos en jóvenes o adultos que no tienen capacidad de enfrentar los desafíos o exigencias naturales de la vida y del mundo laboral. Los niños sobreprotegidos se transforman en jóvenes o adultos incapaces de tolerar los fracasos o frustraciones que a todos nos toca vivir. Son los que después abandonan los estudios universitarios porque no les gusta el esfuerzo que implica el estudio, o dejan el trabajo porque dicen que el jefe les exige mucho; son los que terminan una carrera y quieren inmediatamente ser jefes o gerentes, sin capacidad de valorar el tiempo y el esfuerzo por la calidad laboral o profesional que eso requiere.

Los niños sobreprotegidos son niños limitados a quienes se les impide crecer y desarrollarse sanamente, valorando el esfuerzo y enfrentando los desafíos que implica cualquier aspecto de la vida. Son niños “blanditos” y caprichosos que no logran alcanzar eso que en el lenguaje corriente se llama “carácter”; es decir, la valoración del esfuerzo, la capacidad de esperar, el hecho de creer en las propias capacidades y desarrollarlas a costa de los errores y frustraciones propias de cualquier proceso de desarrollo personal y emocional.

Muchas veces, he sido testigo de cómo los padres sobreprotectores están dispuestos a satisfacer cualquier capricho de sus hijos y dicen que es para que los niños estén contentos o no pasen las privaciones que ellos vivieron. He visto como los llenan de juguetes en lugar de darles el cariño verdadero que entrega las herramientas para enfrentar los desafíos de la vida.

Como dice el refrán popular, “hay amores que matan”, y uno de esos amores que matan es el de los padres y abuelos sobreprotectores que en lugar de proponer metas y objetivos que requieren tiempo y esfuerzo para alcanzarlos, están dispuestos a satisfacer y justificar cualquier capricho infantil. El daño que implica ese malentendido amor sobreprotector requiere revisar siempre las pautas de crianza y educación que se dan en la familia, y revisar -especialmente- qué es lo que de verdad queremos para nuestros niños y su futuro.

4 de mayo de 2017