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4 de agosto de 2023

CUANDO LOS NIÑOS SON NUESTROS MAESTROS

En el comentario de la semana pasada, a propósito de lo maravillosos que son la mayoría de los abuelos y abuelas, decía que uno de los regalos que traen los nietos es que son una inyección vital que permite vivir […]

En el comentario de la semana pasada, a propósito de lo maravillosos que son la mayoría de los abuelos y abuelas, decía que uno de los regalos que traen los nietos es que son una inyección vital que permite vivir la hermosa experiencia de volver a ver el mundo con ojos de niño y volver a ponerse en el lugar de los niños. Como este domingo se celebra el Día del Niño, es una buena ocasión para que nos adentremos un poco más en lo que eso significa

Estamos acostumbrados a pensar y actuar creyendo que los adultos somos un modelo que los niños deben reproducir; lo cual, en cierto sentido, es así, pues a los adultos nos corresponde transmitir los valores y modelos de socialización que hacen posible la vida en familia y la comunidad humana. Por eso, cuando los adultos nos quejamos de ciertas conductas de los niños que afectan la convivencia, la primera pregunta que tenemos que hacernos es acerca de qué les hemos transmitido, qué valores y actitudes de convivencia, qué normas y límites hemos puesto, y qué anhelos les hemos ayudado a cultivar.

Todo eso es fundamental en la tarea formativa, a nivel familiar y social, pero también hay otra mirada muy necesaria sobre los niños, que es bastante poco cultivada por los adultos, y que es la mirada que los abuelos reciben como un regalo de sus nietos: volver a mirar la vida, la familia, el mundo y todo lo demás con los ojos de los niños, y allí descubrir que también los niños son un modelo para los adultos y pueden enseñarnos mucho acerca de cómo vivir y relacionarnos.

Esto de ponerse en el lugar de los niños y mirarlo todo con sus ojos no se trata de infantilismo, ni de niñerías o cosas parecidas, sino de un aprendizaje muy serio e importante para los adultos. Los resultados de esa mirada son sorprendentes, y se expresan en esas preguntas de los niños que descolocan a los adultos: ¿por qué el agua moja?, ¿qué significa estar vivo?, ¿por qué no se caen las estrellas?, ¿por qué Dios quiere a todas las personas?, ¿por qué hay niños que no tienen comida? Seguramente, cada uno de ustedes podrá recordar muchas de esas preguntas luminosas que ha escuchado de sus hijos, nietos, sobrinos, alumnos…

Esto de ponerse en el lugar de los niños significa abrirnos a otra manera de ver las cosas y de acoger la realidad, y ese es el novedoso anuncio que hace el Señor Jesús acerca del modo de conocer a Dios: “les aseguro que si ustedes no vuelven a ser como niños, no entrarán en el Reino de los cielos”. Es decir, no se trata sólo de aprender a ponerse en el lugar de los niños, sino de mirar a los niños como nuestro modelo para conocer a Dios y vivir en relación con Él.

Esto tampoco se trata de infantilismos, ingenuidades o niñerías, sino de algo tan serio, profundo y verdadero, como tomar en serio que vivir en la confianza y en paz es uno de los anhelos más hondos del ser humano, y el modelo ideal de lo que significa vivir en la confianza son los niños ante su papá y mamá, y sus abuelos. Sólo aprendiendo de los niños es posible conocer a Dios, acogerlo como Padre y Madre, y vivir en relación con Él.

En los tiempos en que se escribieron los evangelios, los niños más que ser un signo de la inocencia, eran considerados una expresión de insignificancia y marginación; sólo eran sujetos con derechos y deberes cuando eran capaces de ejecutar trabajos o eran aptos para la guerra. Así, a los niños sólo les quedaba confiar en sus padres, en su protección y enseñanzas; la confianza de los pequeños era su realidad más vital, sin pararse a reflexionar en ella ni calcular. La confianza de los pequeños es el modelo que nos propone el Señor Jesús para conocer a Dios como Padre y Madre, y vivir en su Espíritu.

La primordial confianza de los pequeños contrasta brutalmente con la actitud de tantos adultos, también papás y mamás, que matan en los niños esta actitud tan necesaria para la vida, para vivir bien y para conocer a Dios. La agresividad y la falta de diálogo, las pillerías y sinvergüenzuras, matan la confianza; cualquier actitud violenta (física, verbal, sicológica, política) es el asesinato de lo mejor que tiene cada persona -niño o adulto- para situarse en el mundo: la confianza de los pequeños.

El Señor Jesús nos invita a mirar a los niños como nuestros modelos en la ausencia de malicia, en la confianza con que se entregan y acogen, en la solidaridad que tienen para con otros sin fijarse en etiquetas o colores, en la creatividad con que recrean la vida, en la alegría que llevan a otros. Aprender a mirar a los niños también como nuestros modelos es el camino para hacernos más humanos e ir conociendo al Dios que es Padre y Madre, y que se hizo Niño.

4 de agosto de 2023