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6 de enero de 2022

CULTIVANDO LO QUE ES BONITO

En un encuentro con una persona, hace un par de días, le preguntaba cómo había pasado las fiestas del nuevo año; su respuesta fue: “no hicimos nada especial, estuvimos juntos en casa, toda la familia, cenamos juntos, compartimos sobre nuestros […]

En un encuentro con una persona, hace un par de días, le preguntaba cómo había pasado las fiestas del nuevo año; su respuesta fue: “no hicimos nada especial, estuvimos juntos en casa, toda la familia, cenamos juntos, compartimos sobre nuestros proyectos y deseos para este año; nada especial, ¡pero fue tan bonito!”

Lo que esa persona me contaba no era otra cosa que una profunda emoción ante la belleza del encuentro de las personas compartiendo con sencillez y verdad, con acogida mutua, con cariño sincero, nada especial… pero que su memoria guarda con emoción; “¡fue tan bonito!”.

A veces pareciera que en nuestra sociedad nos cuesta reconocer la belleza, la cual es reemplazada por sensaciones impactantes. Pareciera que se busca lo que impacta, lo que impresiona, lo opulento, lo que sorprende y aun lo que agrede; pareciera que no se busca lo que es armónico y que produce armonía. Así, se abre camino una cultura de lo agresivo y de lo terrorífico, de lo que impacta y es disonante; esto ocurre en la vestimenta, en la música, en la pintura y la escultura, en la que brilla por su ausencia la figura humana. Casi no queda espacio para que se diga “¡qué lindo, qué bonito!”, como expresión de que algo ha cautivado al espíritu humano y lo lleva más allá de sí mismo, lo abre a la acogida de lo que es distinto, le pone preguntas…

No es fácil definir la belleza, aunque generalmente se entiende como una cualidad que hace que los objetos sean placenteros al ser percibidos. La dificultad reside en que lo placentero implica muchas dimensiones subjetivas, de manera que pareciera que la belleza está en el ojo del que mira. Pero también la belleza tiene dimensiones bastante objetivas, pues contemplar un paisaje florido resulta más placentero que observar un basural, o el sabor dulce es preferido al sabor amargo, o es más placentera la fragancia de una rosa al olor de un huevo podrido. Así, se puede afirmar que la belleza se percibe cuando algo está en armonía con la naturaleza y genera sentimientos de atracción y de bienestar emocional. Eso es lo que le sucedía a quien me contaba que habían pasado unas fiestas sencillas, sin nada especial, pero que el encuentro y compartir familiar había sido “¡tan bonito!”.

Pienso que para entender la belleza y nuestra necesidad de ella, nos ayuda el origen de la palabra, la cual proviene del sánscrito “bet – el – za” que quiere decir “el lugar donde Dios brilla”. Evidentemente, esto contrasta con el hedonismo que se instala en nuestra cultura y que busca la belleza en la producción de cuerpos “bellos” a través de ejercicios gimnásticos, alimentaciones especiales y métodos quirúrgicos, pero… como es una belleza fabricada, carece de alma; entonces, lo que surge es la vanidad y no el amor, pues la belleza -el lugar donde Dios brilla- tiene que ver con el amor y la comunicación. Así, lo contrario de bello no es lo feo, en sentido estético, sino lo feo en sentido ético y espiritual: la vanidad egoísta, el narcisismo preocupado de su propia imagen, la corrupción de la honestidad, el fanatismo irrespetuoso, la manipulación de personas, etc… Entonces, tal como alguien se preguntaba, ¿qué belleza es mayor, la del rostro frío de una top model o la del rostro arrugado y lleno de irradiación de la madre Teresa de Calcuta?

El escritor ruso Fiódor Dostoyevski en su novela “El idiota” afirmó que “la belleza salvará al mundo”, y en “Los hermanos Karamazov” explica la frase cuando alguien pregunta al príncipe Mischkin cómo ocurriría eso de que la belleza salvaría al mundo; entonces, Mischkin -sin decir nada- va a estar junto a un joven de 18 años que agoniza y permanece allí, lleno de compasión, hasta que muere. Es decir, la belleza es la que se manifiesta en el amor que comparte y alivia el dolor; así, el mundo será salvado mientras haya personas que tengan esas actitudes y realicen esos actos, en lugar del egoísmo inhumano que lleva a la brutal indiferencia. En quien vive de ese modo, allí es el lugar donde Dios brilla.

Cuando alguien puede decir “¡qué bonito!” es porque su espíritu quedó cautivado y lleno de sentimientos de bienestar, así se abre a lo nuevo y a lo distinto, se pone preguntas y comienza a acontecer lo que decía otro escritor ruso, Alexander Solshyenitzin: “El mundo moderno puede pisotear la verdad y burlarse del bien, pero -aún sin saberlo- respetará la belleza, y por la belleza volverán al mundo la verdad y el bien”.

6 de enero de 2022