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1 de diciembre de 2023

DESPERTADORES

Entre los diversos objetos que acompañan nuestra cotidianidad están los despertadores. Los hay de diversos tipos: los antiguos a cuerda, los que funcionan a pila, los digitales, los del celular, y todos cumplen la obvia función de despertarnos. ¡Qué sería […]

Entre los diversos objetos que acompañan nuestra cotidianidad están los despertadores. Los hay de diversos tipos: los antiguos a cuerda, los que funcionan a pila, los digitales, los del celular, y todos cumplen la obvia función de despertarnos. ¡Qué sería de nuestra vida de cada día sin los despertadores! Claro que, junto con su evidente necesidad y servicio pueden ser molestos, porque, a veces, quisiéramos seguir dormidos, o dejarnos llevar por esa sensación de estar despiertos y adormecidos. Pero, necesitamos los despertadores para vivir, para ser conscientes de la vida, para realizar nuestras tareas, para ver y vigilar nuestro camino vital.

Hace unos días conocí la siguiente historia: la joven Emilia estaba indignada porque a la salida de su colegio hubo una pelea entre dos alumnos, los demás compañeros se dedicaron a grabar la pelea en sus celulares y enviarla por whatsapp, mientras los incitaban a seguir pegándose. Emilia les enrostró cómo era posible que hicieran eso y nadie intervenía para detener la pelea, sus compañeros le dijeron que se callara y que eso era algo normal y entretenido. Emilia era un despertador, y sus compañeros querían seguir adormecidos, normalizando la violencia.

Me refiero a la necesidad de los despertadores y al drama de vivir adormecidos, porque seguramente usted ya se dio cuenta que el problema es mucho más serio que una pelea a la salida del colegio. Es el problema de vivir anestesiados y adormecidos ante nuestra propia vida y la de los demás, normalizando conductas infames de todo tipo. Cuando eso ocurre, la vida pierde su brillo y sólo necesitamos más bienestar y entretención para seguir adormecidos, y lo que es peor, vivir sin esperanza de algo nuevo, de una vida mejor para todos.

El viejo Aristóteles nos dejó su famosa definición de la esperanza como “el sueño del hombre despierto”. ¡Claro, para tener esperanza hay que estar despiertos, hay que tener memoria y hay que tener sueños! Pero, cuando estamos adormecidos queremos prolongar la inercia de la somnolencia. ¡Necesitamos los despertadores!

Resulta que este domingo, los cristianos comenzamos el tiempo de Adviento, un tiempo de espera vigilante para acoger al Señor Jesús que está viniendo a nuestro mundo y que ya ha venido, como lo celebraremos en Navidad. Este tiempo quiere ser un despertador que trae el más grande mensaje de confianza que haya escuchado el corazón humano, porque Dios, el único que tendría razones de sobra para desconfiar de esta humanidad de violencias y destructora de la casa común, de sinvergüenzuras y corrupciones, en vez de cerrar su corazón, lo abre de par en par, para despertarnos y ofrecernos algo tan nuevo como vivir según su Espíritu.

Quizás, ocurre que algunas personas confunden la esperanza con algún estado de ánimo positivo, pero los estados anímicos son transitorios y fugaces, o la confunden con el voluntarismo de apretar los dientes y echarle para adelante contra viento y marea, o la confunden con el optimismo y creen que cualquier cosa es posible, o quizás sobredimensionan sus propios deseos y anhelos poniéndose metas irrealizables, otros simplemente se quedan en esperar que pase algo o que alguien haga algo.

Para los cristianos, la esperanza no es algo, sino Alguien: “Jesucristo es nuestra esperanza” (1 Tim, 1,1) que nos despierta a lo mejor de nosotros mismos y nos permite avanzar en medio de los temporales de la historia, apoyando y construyendo lo nuevo que nace en toda solidaridad humana, y hacerlo con la certeza de que “nada ni nadie nos podrá separar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús” (Rom 8, 39). Esta confianza cierta es el don del Espíritu de Dios que acogemos cada día, es “la pequeña esperanza que se despierta cada mañana”, como decía el poeta francés Charles Peguy.

Como los cristianos estamos llamados a dar razón de nuestra esperanza, es que cada año iniciamos en estas fechas el tiempo de Adviento, un tiempo de despertar y renovar nuestra esperanza cierta en que Dios está presente y actuando en nuestras vidas y en nuestro mundo, conduciéndonos a todos a algo nuevo y mejor.

De ahí brota el sentido que tiene para los cristianos la celebración anual de la Navidad. Hacemos memoria del nacimiento del Señor Jesús como lo más nuevo que ya ha ocurrido, tan nuevo como que Dios ha venido a nuestro encuentro -a pesar de nuestros egoísmos, injusticias y violencias- haciéndose uno de nosotros. Con el nacimiento de Jesús, la novedad de Dios está presente y actuando en medio nuestro, y nos permite acoger el día a día y el futuro cargados de una esperanza cierta que nace de la memoria.

1 de diciembre de 2023