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12 de enero de 2024

EL HORROR DE LA GUERRA Y LA BENDICIÓN DE LA PAZ

Las pantallas de televisión y las redes sociales nos traen cada día las imágenes del horror de la guerra que azota a la población palestina de Gaza. Un horror con miles de muertos y heridos, desaparecidos y desplazados, ciudades destruidas […]

Las pantallas de televisión y las redes sociales nos traen cada día las imágenes del horror de la guerra que azota a la población palestina de Gaza. Un horror con miles de muertos y heridos, desaparecidos y desplazados, ciudades destruidas y hambre; un horror al que muchos ya parecen acostumbrarse. Una estela de dolor y sufrimiento humano imposible de medir o calcular. También nos llegan las imágenes de la guerra de Ucrania, que en febrero cumplirá dos años de destrucción, sufrimiento y muerte de millares de personas; una guerra plagada de horrores y que ya parece entrar en las tantas guerras olvidadas que hay en el mundo.

En la Patagonia no nos olvidamos que hace 45 años estuvimos a un pequeñísimo paso de vivir esos horrores con ocasión del conflicto entre Chile y Argentina en torno al Canal Beagle. Acá los tambores de guerra sonaban fuerte a ambos lados de la frontera -frontera que acá no es una cordillera, como en el resto del país, sino una línea de alambre que atraviesa la pampa-, y miles de hombres fueron movilizados en ambos países para una guerra que parecía inevitable.

A fines de 1978, la tensión subía cada día y en Punta Arenas la población civil recibía instrucciones de las precauciones a tomar, de los víveres que cada familia debía tener, y los liceos se transformaban en cuarteles para recibir a las tropas que llegaban desde Santiago y Concepción, y que luego partían a las trincheras de la frontera. El horror inimaginable de la guerra parecía visitarnos, y de eso no nos olvidamos.

Hagamos memoria. El origen del conflicto estaba en la interpretación diversa que hacían ambos países del tratado de límites australes firmado en 1881. El punto preciso de la discrepancia era el trazado del canal Beagle y la posesión de las islas Picton, Nueva y Lennox, que ponía en juego los derechos afirmados por Chile y por Argentina, y que tenían que ver con la proyección hacia el Atlántico y la Antártica.

En 1971, Chile y Argentina habían acordado someter las diferencias al arbitraje de la reina de Inglaterra. El fallo arbitral se dio a conocer en 1977 y, a mediados de 1978, Argentina declaró que desconocía el valor de ese fallo arbitral. La tensión fue subiendo rápidamente, y en diciembre de 1978 era inminente el enfrentamiento armado entre Chile y Argentina.

Entre los diversos esfuerzos diplomáticos que frenéticamente se realizaban para impedir el horror de la guerra, los gobiernos de ambos países manifestaron su acuerdo a una intervención del Papa Juan Pablo II para frenar la guerra inminente. El Papa Juan Pablo II comunicó, el 22 de diciembre que enviaría como su delegado personal al Cardenal Antonio Samoré, quien llegó a Buenos Aires el 27 de diciembre y comenzaron las conversaciones que, en un par de semanas, permitieron que el 8 de enero de 1979, en Montevideo, Chile y Argentina firmaran el “Acuerdo sobre el diferendo de la Zona Austral”.

Ese primer paso, fruto de la intervención del Cardenal Samoré y de muchas otras personas de buena voluntad en ambos países, logró desatar los nudos y generar la confianza necesaria para ir llegando a acuerdos. En ese primer paso, Chile y Argentina solicitaban a la Santa Sede que actuara como mediadora “para guiarlos en las negociaciones y asistirlos en la búsqueda de una solución al diferendo”, se comprometían a no hacer uso de la fuerza y abstenerse de medidas que turbasen la armonía entre ambos países.

El proceso de mediación, conducido por el Cardenal Samoré, concluyó el 29 de noviembre de 1984 con la firma, en Roma, del “Tratado de Paz y Amistad entre Chile y Argentina”. El Cardenal Samoré no llegó a ver el fruto de sus esfuerzo y oraciones, pues falleció pocos el 3 de febrero de 1983, pocos meses antes de la firma del Tratado.

Así, hace 45 años, fuimos bendecidos con la paz ante el horror de una guerra que se veía inminente, y de eso no nos olvidamos. También, somos testigos que -aun en las situaciones más complejas- es verdad que “conversando se entiende la gente”, sólo se requiere la voluntad de hacerlo y la intervención de las personas precisas. Somos testigos que, como dice el Señor Jesús, son “bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios”.