0d48ec9d-a119-4787-8781-70de66845b73-medium-standard-q100.png

14 de junio de 2013

LA NIEVE

La nieve Cuando era un niño esperaba la llegada del invierno, me gustaba salir afuera y sentir la nieve, parecía que el manto blanco que dejaba hacia de todos nosotros mejores personas, de las chimeneas salía humo que te permitía […]

La nieve

Cuando era un niño esperaba la llegada del invierno, me gustaba salir afuera y sentir la nieve, parecía que el manto blanco que dejaba hacia de todos nosotros mejores personas, de las chimeneas salía humo que te permitía imaginar un buen fuego a donde arrimarse y escuchar historias de inviernos pasados. Los olores a pan recién horneado, a sopaipillas y churrascos, a budín de pan o panqueques con manjar («fillogas» como decía mi padre) hacían de este mundo el lugar perfecto, nada malo podría pasar, todo estaba bien y aprendí a agradecer a Dios por vivir en un lugar así. Claro es que los inviernos de mi niñez y adolescencia fueron duros, pero siempre pude jugar y soñar. Aprendí a distinguir los diferentes tipos de nieves que caían de un cielo oscuro y misterioso, estaba la nieve gruesa, la que en pocos minutos dejaba todo blanco, cubría rápidamente el suelo y la casa, uno podía pararse bajo ella y cual lluvia de plumas te tocaba suavemente, sin prisa, sin ira, extendía mis brazos y me quedaba recibiendo el misterio blanco como quien recibe el abrazo de Dios, era una buena nieve. Estaba la otra, la molesta, era nieve y era agua, no se definía y recordaba a aquellas personas de las cuales no sabes que esperar, y después de un tiempo deseas que no llegue, no te daba paz, la gente arranca de ella, se esconde bajo techos o árboles, no puedes amar lo indefinido, amable y grosero, no entiendo ese comportamiento. A veces llegaba a saludar esa nieve pequeñita que cuando veías al cielo era mucha, pero cuando mirabas al suelo ya no estaba, solo pasaba a verte pero no se quedaba, más que amiga solo era una conocida. La furia, la rabia y el enojo era esa nieve con viento, aquella que golpeaba, empujaba, aquella que no aceptaba debilidades, arrancaba techos y ramas, la muerte blanca decía mi padre recordando momentos duros de su infancia, aprendí a temerle una vez que me atrapo en el monte, yo soy la muerte le escuche decirme. Esta nieve a la que más temía, de la que hui, también era la que más me atraía, todos los poderes del hombre se empequeñecían, cuando aparecía solo existía su poder, ¿por qué Dios la permitía?, …y entonces vi a los árboles, vi la lenga, a veces esta tormenta terrible le arrancaba ramas, pero por más que azotaba y golpeaba, el árbol, humilde pero fuerte, se inclinaba y soportaba, se inclinaba y soportaba, y cuando llegaba la primavera, que siempre, siempre llega, era aun más fuerte y más bello, lleno de hojas, permitiendo la vida de aves e insectos, perfumado, incluso glorioso, entendí entonces que si solo soportara la nieve gorda y mansa, o la nieve con agua, o la nieve pequeñita no seria lo que era: «el árbol de la vida»… todos nosotros debemos pasar por el invierno y la nieve con viento, pues cada vez que nos azota y nos golpea nos esta preparando para la vida, para dar vida, pobre de aquel que no la conoce, un día una pequeña y pobre tormenta de agua lo destruirá.
Hoy, que he soportado muchas tormentas de nieve y viento, que he vivido muchos inviernos, disfruto de la nieve amable y mansa, soporto la nieve con agua y saludo a la nieve pequeñita. La nieve con viento la recibo con humildad y fortaleza, e incluso la agradezco, después de todo Dios esta a mi lado, tomándome de la mano y mostrándome la próxima primavera en donde seré más fuerte y con más vida para dar.
. . . amigos cuando la tormenta los azote no olviden que en mi casa habrá un buen fuego, un buen pan y por supuesto una historia que contar.

Luis Alvarado Pesutic