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6 de diciembre de 2009

LO QUE TODO MAGALLANICO DEBE SABER XL (FINAL)

Un pasaje del Talmud dice que cuando nace un niño, trae en su mente todos los recuerdos de sus antepasados. Pero Dios, pone un dedo en sus labios para que olvide todo e inicie una nueva vida. Por eso es […]

Un pasaje del Talmud dice que cuando nace un niño, trae en su mente todos los recuerdos de sus antepasados. Pero Dios, pone un dedo en sus labios para que olvide todo e inicie una nueva vida. Por eso es que el ser humano nace con ese surco dejado por el dedo del Creador en el labio superior.
Este es el último capítulo de la primera serie de “Lo que Todo Magallánico Debe Saber”.
Terminar con este ciclo inicial es como tratar de irse; y cuesta despedirse…
Porque, recordar es vivir. Recordando, no estamos amando ni odiando, simplemente indagando; y alguien dijo: no evoquen mucho que, de tanto suspirar y recordar, la carne se empieza a arrugar. Porque añorar es correr tras el viento, ráfagas inciertas y peligrosas como la nostalgia a doble filo; es mejor recordar el pasado y transformar esa añoranza en sabiduría para llevar el presente y el futuro; correr tras el viento es vano, porqué solo te puede traer duros choques contra la realidad.
Añorar el pasado es un deporte que hay que practicar con cautela y sabiduría para extraer lo mejor de la sustancia de esa dicha y traducirla en las posibilidades reales y concretas que nos ofrece nuestro presente, nuestra realidad. Cuando por las noches dirigimos la mirada al cielo estrellado, llegan a nuestros ojos luces de otros días, imágenes de otros tiempos. Sólo nos es dable percibir el pretérito. Nuestras antiguas épocas siempre estarán en la memoria. Son parte de la vida. Cuando abrimos las páginas del recuerdo, van apareciendo hermosas imágenes de los tiempos idos.
Para armar estas añoranzas escritas, conversé con mucha gente antigua, y me introduje poco a poco en memorias ajenas, en reminiscencias estampadas en libros y grabadas en la mentes de los viejos, aquellos ancianos que vivieron épocas de sacrificio, cuando pala en mano, trazaron huellas y caminos, levantaron casas y edificios, multiplicaron las majadas, bogaron por los canales y sembraron hijos que hoy son sus herederos de esta tierra.
Uno de estos pioneros, me decía:
“Un dia estaba yo mirando las cosas viejas que mi madre guardaba dentro de una caja de metal pequeña donde antiguamente venian las galletas y caramelos, pero ¡que sorpresa! Encontré viejas fotos amarillentas por el tiempo donde pude observar mis variadas etapas de niñez y crecimiento, los diferentes cumpleaños que me habia festejado esa viejita anciana y que guardaba con tanto cariño y amor.
Al contemplarlas a mi memoria regrearon aquellos momentos maravillosos que habia vivido; recordaba como me acariciciaba tiernamente de pequeño y hoy que esta vieja y arrugada, se olvida de las cosas y se pierde dentro de la propia casa. Con las viejas fotos, sacadas algunas en las máquinas de cajón de la plaza, recordé la primera bicicleta…el caballito de palo…la muñeca de trapo…el cine de mi pueblo…el personaje del barrio, el vendedor callejero…y las tibias manos de mi madre lavando mi cara y peinando mi pelo antes de partir a la escuela con el lápiz, la goma, el cuaderno y el silabario…
Mi memoria viajó al pasado y me batí a duelo con los Mosqueteros de Dumas; trepé las lianas como Tarzán de Edgar Rice y viajé al fondo de la tierra, a las profundidades del mar y a la luna con los personajes de Julio Verne y jugué con mis amigos al Zorro, a los cowboys, al Roy Rogers, luego de la matinée, de mi cine de barrio.
Ahora, aquel iceberg de viejos recuerdos, maneras e ideales, de usos y costumbres, de formas y modales, seguirá navegando a la deriva por el frío y gris mar de nuestros tiempos, sin rumbo, sin puerto, sin faro, a la espera de que el sol derrita sus últimas fuerzas, su firmeza, su coraje, su instinto de supervivencia. A la espera de que el sol, duro e implacable, le castigue la espalda tal y como lo hacía en las estepas australes.
Debo encontrar un rincón en mi corazón, para ordenar mis recuerdos de lo que fue ese ayer, antes que las embrujadas trelarañas del olvido arrebaten para siempre ese maravilloso placer de recordar”.

Ojalá que estas evocaciones publicadas en estos cuarenta y tantos capítulos, sirvan para dejar una especie de archivo de memorias cuyo fin es aprender a conocer la gesta de nuestros antepasados, que lograron, a través del tiempo, transformar esta tierra indómita en un apacible rincón de paz armonía y que a pesar de mostrársenos mansa y dócil, de vez en cuando nos recuerda con sus nevadas implacables, con su frío intenso y con sus vientos huracanados, que aquellos que viven en esta patria del extremo sur deben ser magallánicos, de alma y corazón.

Post Antigua Serial
foto: Poster de Antigua Serial el Zorro