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1 de abril de 2010

LO QUE TODO MAGALLÁNICO DEBE SABER XXI

¿Porqué el título “Lo que Todo Magallánico Debe Saber? Porque la cultura regional es única. Porque nuestras costumbres y tradiciones nacen de las diversas corrientes migratorias que llegan a este Sur del Mundo. Y también porque cada habitante de esta […]

¿Porqué el título “Lo que Todo Magallánico Debe Saber? Porque la cultura regional es única. Porque nuestras costumbres y tradiciones nacen de las diversas corrientes migratorias que llegan a este Sur del Mundo. Y también porque cada habitante de esta zona austral, especialmente los estudiantes y guías turísticos deberían conocer estas historias para contarlas, entregarlas a visitantes tanto nacionales como extranjeros con la mayor cantidad de detalles y, por supuesto para atesorar esto que pertenece a Magallanes como el viento, la nieve, el mar que nos rodea, los canales, las islas y el ser humano que es también único.

En varios de mis libros he publicado una serie de mitos y leyendas de la región de Magallanes. Pero, en la medida que más investigo al respecto, mayor número de creencias populares aparecen en el recuerdo de los habitantes de esta zona austral.

A las leyendas ya consideradas en mis libros Mitos y Leyendas de Magallanes I y II, agregaré estas de la comuna de Punta Arenas.

LA CASA DE LOS MILANO:

Una dama informante manifiesta que el caso que conoció, lo supo cuando niña, mientras vivía en calle Boliviana, entre Chiloé y Nogueira. Sus padres fallecieron quedando a cargo de una tía abuela con la cual vivió desde los seis años.
En las cercanías se ubicaba la plaza Lautaro (hoy José de los Santos Mardones) donde se instaló el segundo cementerio de Punta Arenas. En su tiempo estaba aún en servicio. Ella nunca entró en el camposanto pero recuerda que estaba todo cercado y ya se había comenzado a ocupar la actual necrópolis de la avenida Bulnes.
La plazoleta fue escarbada con el fin de vaciar las sepulturas principales y trasladar los restos al nuevo lugar. Expresa que cuando pasaba por allí veía osamentas en la superficie del terreno y, al manifestarle a su tía abuela el temor que ello le causaba, recibía como respuesta que eran personas que ya se fueron al más allá y sólo quedaba rezarles.
En la esquina sur-oriente de las calles Nogueira con Boliviana vivió antiguamente la familia Milano, dueños originales de la propiedad que luego de fallecer sus ocupantes, se arrendó como casa habitación y negocio.
“En las noches, se reunía mi familia compuesta por mi tía abuela y sus once hijos, y al compartir un café se comentaba de la señora Milano, según decían era una señora alta, de vestir muy elegante, enaguas almidonadas que resonaban mientras caminaba por las calles del sector. Luego de morir, se comentaba que ella salía después de las doce de la noche del cementerio; se levantaba de su tumba y se dirigía a su antiguo hogar, el cual visitaba pieza por pieza y luego volvía a su sepultura.
“Una noche faltaron en mi casa el café de higos y los fósforos y me ordenaron ir a comprarlos al almacén los Babaic, ubicado en la esquina contraria al cementerio, es decir Paraguaya con Nogueira. Luego de adquirir las cosas, esperé que alguien saliera del negocio para regresar acompañada a mi hogar lo que no ocurrió y debí retornar sola a mi casa. Cuando iba llegando a la esquina de Nogueira con Boliviana, sentí tras mío los pasos de tacones altos y el frú-frú de las enaguas almidonadas. Seguramente era la viuda de los Milano que como en muchas ocasiones, iba a visitar su casa.
Sólo los más valientes se atrevían a pasar por el sector después de las doce de la noche”.

EL TESORO DE CAMBIAZO:

En el sector de San Juan vivía una familia, compuesta por un matrimonio y seis niños, cinco mujeres y un varón.
El jefe de familia se ausentaba repetidamente viajando a Punta Arenas con el objeto de comercializar los productos que cosechaban, como papas, carbón, curanto de luche, etc.

Cada vez que quedaban solos, en las noches, la familia aterrorizada, escuchaba llegar cabalgaduras o gente de a pié hasta la casa. Los perros ladraban anunciando las visitas, a las cuales por supuesto no le abrían por temor de que vinieran con malas intenciones. Todos los visitantes, rondaban la casa, se detenían frente a la puerta principal o estaban detrás de la vivienda.

Trabajaban como excavando y luego se iban. Su madre les decía: alguien debe andar buscando el Tesoro de Cambiazo. La mayor de las hijas y su madre se atrevieron en más de una oportunidad a mirar entre los visillos de las ventanas para ver quienes eran los visitantes, pero con horror contemplaban que no había en los alrededores nada más que el paisaje nocturno y la más absoluta de las soledades.

LA NOVIA DEL CERRO Y EL ENTIERRO:

Un antiguo trabajador del oro en el río de las minas, se venía en su caballo desde su lugar de actividad hasta su hogar. Para ello, tomaba la senda que hacía la línea del ferrocarril de la mina Loreto. En cierto sector de la ruta, en una oportunidad se le subió al anca de su caballo la novia del cerro. Una mujer que se aparecía a quienes transitaban de noche por el lugar. El hombre venía con un dolor de muelas tan terrible que pudo más su dolencia que el temor que sintió por la espectral aparición. No optó por otra cosa que meterle conversa a su fantasmal acompañante a la cual le dijo:
-Oiga, estoy que me muero del dolor de muelas y usté más encima viene a asustarme.
-¿Cuál muela le duele?-le consultó la novia.
–Esta- le contestó el hombre mostrándole el molar enfermo.
-Pero, no serán tan largos como estos que yo tengo- le dijo la mujer, mostrándole unos dientes tan extensos que más parecían dagas. Desapareciendo.

El hombre contó en su casa lo ocurrido y le insinuaron que tal vez éste era un mensaje para sacar el entierro de la casa que, el siendo dueño, tenía abandonada de calle Boliviana, donde cada noche de San Juan, se veían luces.

Fue el hombre con un amigo y premunidos de palas hicieron un socavón de más de tres metros, previo sacar las tablas del piso. Para envalentonarse se tomaron antes un par de botellas de ginebra, ya que les habían manifestado que en su labor tendrían muchas apariciones. Entre ellas, se aparecía una persona y donde estaba el tesoro se encendía una lámpara. Al final, terminaron borrachos, sin tesoro y debieron tapar de nuevo la excavación y poner las tablas de piso en su lugar. Del tesoro nunca más se supo. Espera que alguien lo vaya a desenterrar porque cada noche de San Juan, las luces brillan de nuevo invitando a algún valiente que quiera hacerse rico.

Foto: Antigua avenida Independencia en Invierno