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3 de noviembre de 2023

SÓLO LE PIDO A DIOS

“Sólo le pido a Dios que la guerra no me sea indiferente”. Así dice la sentida oración cantada de León Gieco, y magistralmente interpretada por Mercedes Sosa. Y sigue: “es un monstruo grande y pisa fuerte, toda la pobre inocencia […]

“Sólo le pido a Dios que la guerra no me sea indiferente”. Así dice la sentida oración cantada de León Gieco, y magistralmente interpretada por Mercedes Sosa. Y sigue: “es un monstruo grande y pisa fuerte, toda la pobre inocencia de la gente”.

Parece que hoy es muy necesario repetir esa oración cantada, porque la guerra mata de muchas maneras, y una de ellas es matar la sensibilidad de quienes viven las guerras viven de lejos, a través de las noticias en televisión. Sucede que, como la guerra está en otro lado, en países lejanos, pareciera que no tiene que ver con nosotros, y el informe diario de muertos y heridos, dolor y destrucción, es un tema más de las noticias que pasan y nos dejan indiferentes.

Pero esa información que nos deja en la indiferencia nos va haciendo daño, nos hace más insensibles y egoístas, porque -quizás sin darnos cuenta- sólo nos va interesando lo que nos afecta directamente; lo demás, decimos, “está muy lejos”, “es problema de otros”, “pobre gente” …

Recuerdo la guerra de los Balcanes, entre 1991 y 1994, con las masacres del ejército serbio en Croacia y en Bosnia, las que eran parte del informe diario de noticias que, en todo el mundo, se contemplaba con indiferencia. Eran los mismos años de la llamada Guerra del Golfo, la que sí parecía importar porque se peleaba por el control del petróleo. Pero, en Croacia y en Bosnia no había petróleo, y murieron decenas de miles ante la indiferencia mundial.

¿Se acuerda usted de la guerra en Ucrania, o ya se le olvidó que hace más de un año y medio Rusia invadió a Ucrania y desde entonces han muerto decenas de miles de personas? Y siguen muriendo cada día… Y además están las llamadas “guerras olvidadas”, de las que no tenemos noticias, en diversos países de África y Asia, donde se siguen matando ante la indiferencia de todos. Entonces, “sólo le pido a Dios que la guerra no me sea indiferente”.

Y el espiral de violencia en Palestina e Israel, con miles de muertos cuyo número crece cada día. Hace un par de días, las autoridades de salud palestinas, informaba que en las tres semanas de guerra, entre los miles de muertos, hay 3.600 niños palestinos muertos por los bombardeos de los israelitas.

Por cierto, el grupo político-militar Hamas -que no son todo el pueblo palestino- desató una masacre en Israel y ha hecho un flaco favor a los derechos de los palestinos a vivir en su propia patria y en paz. Y por cierto que la venganza destemplada de Israel, con el apoyo de Estados Unidos, es una indecencia que avergüenza a la raza humana. Entonces, “sólo le pido a Dios que la guerra no me sea indiferente”.

A pesar de todas las resoluciones de las Naciones Unidas y de los acuerdos de Oslo (1993), que asegurarían la existencia de un estado Palestino libre, independiente y soberano, junto al estado de Israel, y un estatuto especial para la ciudad de Jerusalén, a pesar de todo eso, reiteradamente el estado de Israel, ha hecho oídos sordos a esos acuerdos y sigue ocupando el territorio palestino.

Parece que los seres humanos poco hemos aprendido de la historia y seguimos comportándonos como en el tiempo de las cavernas, viviendo según la ley del más fuerte y aplastando a los débiles. En el texto bíblico, luego que Caín mató a Abel, Dios le pregunta “¿Qué has hecho con tu hermano? La sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra”.

Parece que nos resistimos a darnos cuenta que la guerra siempre es una derrota, porque en ellas se paga un precio muy alto. Es una derrota de la inteligencia humana frente a la brutalidad de la fuerza. Es una derrota de la capacidad de diálogo y búsqueda de acuerdos, en la que se paga un precio alto de vidas humanas. Entonces, “sólo le pido a Dios que la guerra no me sea indiferente”.

¿Y nosotros?, la cuestión es cómo enfrentamos la violencia de cada día, en las familias, en el trabajo, en las calles. La cuestión es cómo nos educamos unos a otros para la paz, para saber convivir, para crecer en tolerancia y respetar las diferencias. En una palabra, cómo vamos dando forma a una cultura de la paz, del diálogo, de la búsqueda de acuerdos; ciertamente en todo eso nos falta mucho por aprender y educarnos unos a otros. Entonces, “sólo le pido a Dios que la guerra no me sea indiferente”.

3 de noviembre de 2023