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6 de junio de 2019

UNA TIERRA AFIEBRADA

Cada día experimentamos de modos nuevos el cambio climático y sus efectos en nuestra Patagonia: estamos a comienzos de junio y aun no cae nieve, siendo que antes (ese “antes” que se remonta a cualquier tiempo) era habitual que la […]

Cada día experimentamos de modos nuevos el cambio climático y sus efectos en nuestra Patagonia: estamos a comienzos de junio y aun no cae nieve, siendo que antes (ese “antes” que se remonta a cualquier tiempo) era habitual que la primera nevada cayese a fines de abril o comienzos de mayo; además, en lugar de la nieve ausente, llueve bastante y el característico frío seco de Punta Arenas (que nos protegía de los resfríos) ha dejado paso a un frío húmedo que penetra hasta los huesos y tiene resfriada a media ciudad. Incluso, se va haciendo frecuente un fenómeno que antes era escaso, como es la húmeda neblina: antes cuando se suspendía algún vuelo de avión era a causa de la abundancia de nieve en la pista del aeropuerto, ahora es por neblina. Y así, suma y sigue…

La resignación de muchos se expresa en “qué le vamos a hacer, el clima está cambiando”. Pero, la ciencia nos muestra que esos cambios tienen su origen en el modo en que se desarrolla la actividad humana en la Tierra. Así quedó muy claro en la conferencia mundial sobre el cambio climático, realizada en París en el 2015.

Lo que sucede con el clima en la Patagonia es la manifestación local de un fenómeno mundial y que nos hace presente lo que decía el Papa Francisco en su Carta sobre el Cuidado de la Casa Común: “Todo está relacionado, y todos los seres humanos estamos juntos como hermanos y hermanas en una maravillosa peregrinación, entrelazados por el amor que Dios tiene a cada una de sus criaturas y que nos une también, con tierno cariño, al hermano sol, a la hermana luna, al hermano río y a la madre Tierra” (n° 92). Por eso, “cuando se habla de ‘medio ambiente’, se indica particularmente una relación, la que existe entre la naturaleza y la sociedad que la habita. Esto nos impide entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida. Estamos incluidos en ella, somos parte de ella” (n° 139). La Tierra es un organismo vivo, no sólo hay vida en ella, sino que está viva y está enferma, está afiebrada, la estamos matando.

Entonces, si todo está relacionado, significa que todo tiene que ver con todo, significa que el clima, la propia salud humana, el pasto para las ovejas, la pureza del aire y del agua, etcétera, depende de la salud de la Tierra y de los ecosistemas. Todo está entrelazado para bien o para mal.

Es cierto, que muchos de los problemas fundamentales que influyen en el cambio climático no tienen que ver con la vida de cada uno de nosotros -simples ciudadanos-, sino con los modos de explotación y producción que están en manos de los estados y de grandes empresas, pero depende de nosotros tener conciencia del problema para empezar a actuar.

La pregunta es si será posible encontrar nuevos modos de producción, de distribución, de relaciones humanas responsables con el prójimo y con la naturaleza; es decir, si será posible un nuevo modo de vida sobre nuestra Tierra. Para eso se requiere combinar una información científica dicha “en fácil” para todos los habitantes, una voluntad política de cambios y exigente fiscalización, competencia técnica y ciudadanos responsables. Lo de “ciudadanos responsables” con nuestro medio ambiente nos toca a todos en el cuidado de la Tierra.

El futuro de la Tierra no cae desde el cielo, sino que nos toca a nosotros actuar responsablemente desde las pequeñas cosas de nuestra vida cotidiana hasta las grandes decisiones políticas y económicas que apunten al cuidado de la Tierra.

Sabemos cuidar la vida del cuerpo, y podemos llegar hasta algunos extremos en esto; también los sicólogos nos ayudan a cuidar nuestra salud mental, para llevar una vida con relativo equilibrio, sin neurosis ni depresiones. Pero muchas veces pareciera que dejamos de lado el cultivo la vida del espíritu, que es nuestra dimensión fundamental, allí donde se producen los sueños más osados y se elaboran los proyectos más generosos. Esa vida del espíritu que se alimenta de bienes no tangibles como la fe en Dios, el amor, la amistad, la buena convivencia con otros, la compasión, etc. Esa vida del espíritu es la que nos permite sentirnos parte de esta Tierra que debemos amar y cuidar.

6 de junio de 2019