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4 de junio de 2014

BRASIL: RETRATO DEL PAÍS DEL FÚTBOL

Nadie está feliz en el país del fútbol. No hay familia que se quede tranquila con la seguridad de un ser querido cuando está en la calle, o incluso en casa, a cualquier hora del día. Los ricos viven en […]

BRASIL: RETRATO DEL PAÍS DEL FÚTBOL

Nadie está feliz en el país del fútbol. No hay familia que se quede tranquila con la seguridad de un ser querido cuando está en la calle, o incluso en casa, a cualquier hora del día. Los ricos viven en urbanizaciones cercadas por guardas y circulan por las calles en coches blindados y en permanente tensión. La clase media sabe que en cualquier momento alguien de la familia, o un amigo, puede perder la vida en un atraco. Pero la situación es incluso peor para los pobres de las favelas y de las periferias, que pueden morir a manos de delincuentes o de la policía, en uno de los países del mundo en los que la policía mata a más negros entre 15 y 25 años, de acuerdo con varias investigaciones realizadas a lo largo de los años.
Ante las inversiones dedicadas al Mundial de fútbol, muchos brasileños se preguntan por qué no invertir ese dinero en educación pública, sanidad, transporte y saneamiento básico. Una pregunta que surge porque la disminución de la violencia depende más de esas políticas públicas que de la acción policial.
En la página de Internet de Universo Online (UOL), Gilberto Carvalho, ministro de la Secretaría General de la Presidencia de la República, afirma: “La crítica que más he oído hasta ahora es que los gastos de la Administración federal en el Mundial de fútbol han perjudicado a las inversiones del país en sanidad y enseñanza. Hasta ahora, ése es un mito sin lógica ni fundamento. El Gobierno federal no ha incurrido en gastos directamente relacionados con el Mundial. No es cierto que, a causa de esas inversiones, la educación y la sanidad estén en pésima situación, como alegan algunos de los críticos más exaltados. En primer lugar, porque los 25.600 millones de reales [más de 8.000 millones de euros] asignados desde 2010 a los estadios y a las obras públicas relacionadas con el Mundial no se pueden comparar con los 825.300 millones [más de 272.000 millones de euros] que el Gobierno federal ha invertido en enseñanza y sanidad en ese mismo periodo. A los estadios, que han costado 8.000 millones de reales [más de 2.600 millones de euros], el Gobierno federal ha aportado 3.900 millones [casi 1.300 millones de euros] en forma de financiación del Banco Nacional do Desenvolvimento (BNDES). Pero esa financiación deberá ser reembolsada. En las obras relacionadas con el campeonato, realizadas en las ciudades sede, el Gobierno ha invertido 17.600 millones de reales [más de 5.800 millones de euros], principalmente en aeropuertos, transporte público y telecomunicaciones. Y esas obras quedarán como beneficios permanentes para el país”.
Todos sabemos que la mayoría de los empleos creados para la preparación del Mundial son temporales. Si el dinero invertido en el campeonato es ínfimo, de acuerdo con el ministro, y volverá a las arcas públicas, lo que se ha invertido en causas realmente necesarias es mucho más ínfimo teniendo en cuenta el tamaño del problema. Justamente porque, con o sin Mundial, los 825.300 millones de reales invertidos en ese periodo no han mejorado significativamente la sanidad ni la enseñanza. Es preciso multiplicar esa inversión con dinero del Tesoro o incluso a través de préstamos para mejorar también, al mismo tiempo, el transporte y el saneamiento básico en Brasil.
No vamos a negar que hemos avanzado en el área social: el programa de ayudas económicas Beca-Família es acertado, porque muchas familias han llevado a sus hijos al colegio y han experimentado una mejora alimenticia significativa (en Brasil, el asalariado de mano de obra barata, aunque esté empleado y ahorre al máximo, pasa hambre o come mal, y los desempleados por falta de formación o por ser demasiado viejos para realizar trabajos pesados son excluidos por toda la sociedad como pobres diablos, aumentando así la violencia). Pero lo mejor es que muchas familias que han recibido esa ayuda, al recuperarse, la han abandonado voluntariamente. En el ámbito educativo, el Reuni, el Prouni y el Pronatec [programas de mejora de la enseñanza superior] son buenas iniciativas, aunque solo paliativas para un problema tan grave. Debemos reconocer también que las tasas de desempleo han caído de forma significativa. Y que la iniciativa de contratar médicos cubanos (país donde se practica una de las mejores medicinas del mundo y que exporta médicos a varios países) ha sido una forma rápida de atenuar un problema que se arrastra desde hace años. Ha sido una medida necesaria ante la situación que se daba en las localidades alejadas de las capitales y ante determinados comportamientos no memorables de una pequeña parte de los profesionales sanitarios brasileños.
Las cuotas estudiantiles [plazas en las universidades para alumnos procedentes de la escuela pública] también han representado un avance, ya que los alumnos procedentes de colegios públicos no tenían acceso a las universidades justamente porque en algunos de ellos faltan muchas veces profesores y material didáctico, a lo que se unen las huelgas, indiscutiblemente necesarias, pero que atrasan la vida de los alumnos y todo lo demás que estamos hartos de saber. Eso por no hablar de la mala remuneración que perciben los profesionales de la enseñanza y que no hace justicia a la grandeza del trabajo que realizan. Muchos están en contra de las cuotas, con la disculpa de que es necesario mejorar la enseñanza pública. En cierto modo, coincido con ellos, pero mientras no llega esa mejora, no se puede perjudicar a muchos que han cumplido su deber formándose con sacrificio en una enseñanza de calidad pésima (reflejo del Estado) y que aun así no han abandonado, muchos de ellos trabajando de día y estudiando de noche. Una de las cosas más tristes de nuestra historia reciente fue ver a la policía golpeando a profesores en huelga el año pasado, en Río de Janeiro. Pero es evidente que las cuotas solo se justifican si hay empeño en alcanzar un sistema escolar público de calidad. De ahí su importancia en el momento actual, en el que la escuela pública no es precisamente un espectáculo de enseñanza, de cultura, de investigación, de riqueza y de desarrollo espiritual a través de todas las artes. Al alumno debe gustarle ir al colegio, que tiene que hacerse atractivo para nuestros niños. La enseñanza pública debe ser una corona de esplendor para sus alumnos.
Las cuotas raciales también se justifican por lo histórico de la situación del negro en Brasil, que, de hecho, solamente comienza a frecuentar la enseñanza después de la década de 1930, y que ha tenido que trabajar incluso en edad escolar. Sin salario digno para poder acceder a la enseñanza privada y sin tiempo hábil para hacer los deberes en casa. Con remuneración siempre inferior a la de los blancos.
El problema tanto de la enseñanza básica como de la media (que tuvo su expansión en 1930, durante el Gobierno de [Getúlio] Vargas) debe resolverse de una vez por todas; no puede quedar solo en manos de los docentes, que son verdaderos héroes. Los municipios, los Estados y la Unión, con independencia de los partidos, deberían unirse para situar al menos la enseñanza y la sanidad en un nivel de calidad adecuado, así como para erradicar de una vez por todas el hambre en nuestro país.
Volviendo a la violencia, en el primer mandato de Sérgio Cabral [en el Estado de Río] se estableció una política de enfrentamiento sin límites en la que murieron, y siguen muriendo hoy, tanto personas involucradas en la delincuencia como inocentes. La situación llegó a tomar proporciones tan alarmantes que algunos artistas y otros miembros de la sociedad civil, entre los que me incluyo, firmamos un escrito contra la matanza promovida por el Gobierno. Más tarde asistiríamos a la implantación de las Unidades de Policía Pacificadora (UPP) para erradicar la delincuencia armada en la ciudad de Río de Janeiro. Las UPP se convirtieron en la fuerza impulsora del Gobierno de Cabral y recibieron apoyo de gran parte de los cariocas. Yo las vi con buenos ojos, al observar la disminución del armamento en las favelas y de los enfrentamientos entre grupos armados con armas brasileñas, en su mayoría, además de otras procedentes de diversos países europeos y también de Estados Unidos. Me harté de ver desfilar por callejones y veredas a niños menores de edad con fusiles, ametralladoras, pistolas y revólveres de toda suerte; un dato interesante es lo poco que se habla de los traficantes de armas y municiones. Los narcotraficantes emigraron a otras favelas. Solo se produjo una pacificación en los lugares controlados por las milicias; las favelas “pacificadas” viven en estado de sitio. Las tan necesarias políticas públicas no han llegado como deberían.
La delincuencia armada en Brasil es extremadamente política porque allí están los más pobres, los que pasan hambre, los discriminados racialmente, los trabajadores de mano de obra no especializada, los descendientes de esclavos, los semianalfabetos, buena parte de la población indígena que sufrió genocidio y está tan discriminada como los negros o más, los norteños emigrados a las capitales más ricas del país. Son discriminados descaradamente por los descendientes de europeos y los descendientes de inmigrantes blancos de las clases más ricas desde que Brasil es Brasil, que han tenido más oportunidades sociales por el simple hecho de ser blancos (el color del colonizador). La sociedad brasileña es tan racista como la europea o la estadounidense. Estoy harto de la idea de que somos mestizos, cuando la pobreza es toda negra o casi negra y los blancos o casi blancos dominan la riqueza de la nación. Nadie aquí se reconoce racista, nadie aquí discrimina. La verdad es que buena parte de los políticos no colabora, como buena parte de los brasileños que se declaran buenos y solidarios. Vivimos en un país deficiente, y lo digo porque he sufrido mucho por ser negro, por haber vivido en una favela y porque vi morir a mi madre por falta de atención médica en el país del fútbol.
Se acostumbra a culpar de toda la delincuencia al narcotraficante, pero nadie se vuelve delincuente de la noche a la mañana; la entrada de la delincuencia es lenta, perversa y se da en la edad escolar. Disparar a un policía no lo hace cualquiera. Esa disposición la adquiere quien siempre ha vivido en el infierno y ha decidido enfrentarse al diablo. Conozco bien a los narcos, porque he pasado buena parte de la infancia, la juventud y la madurez a su lado: analfabetos, semianalfabetos, de familia desestructurada, son lo más pobre de los pobres, vistos como algo siniestro, sin derecho de defensa. El castigo es completamente necesario, pero también lo es el recuperar a los infractores, y no volverlos más delincuentes, como hace el sistema penal brasileño. Es nuestra organización social la que los vuelve delincuentes.
Se acabó el tiempo de echar la culpa a la historia: la colonización, la esclavitud, la dictadura y la dominación económica europea y norteamericana. Ya hemos superado todo eso y es hora de enmendar errores. No se puede seguir aceptando una escuela miserable, un hospital desabastecido, niños que contraen enfermedades por falta de alcantarillado en todo el país y ese sistema de transporte renqueante. Es hora de convertir este país en una nación.
Fotografía: Un grupo de chicos juega un partido sobre un rascacielos de São Paulo. Era 1997. El fútbol es, desde hace años, el deporte rey para los más pequeños. Sobre todo en las zonas marginales, donde el balón, a veces, no es un simple juego, sino el sueño de otro futuro (Christopher Pillitz)
(Por Paulo Lins, publicado en elpais.com)

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