Un Mundial en tu país es siempre algo especial, pero un Mundial en Brasil es algo único. Hoy, más que nunca, estoy convencido de ello. Hoy, en las dramáticas horas previas a la final, asumiendo como torcedor la cercana hipótesis de la calamidad, entiendo la relevancia histórica del momento. Hoy en el Maracaná no puede ganar Argentina. El dolor sería insoportable. Tremendamente insoportable.
Es el colmo para cualquier brasileño, lo admito, pero ante una situación desesperada se imponen medidas desesperadas. Sólo unas horas después del desastre del Mineirao, casi 200 millones de compatriotas nos vemos en la obligación de animar a Alemania. Al equipo del fútbol maravilloso que escribió una de las páginas más negras de la historia de nuestro fútbol, de nuestro deporte. La selección que nos maravilló y atormentó, con Thomas Müller, Sami Khedira, Toni Kroos o Miroslav Klose a la cabeza.
No es sencillo ponerse de repente en la piel de tu verdugo, como hoy hacía Lance con una portada para la historia. La imagen de Lukas Podolski junto a un niño indígena de Bahía bajo el titular ‘Alemanes desde criancinha’ (Alemanes desde la cuna) resume muy bien el sentimiento germanófilo que se ha extendido por todos los rincones del país. Me gustaría saber cómo está el ambiente por Blumenau, antigua colonia alemana.
En realidad, la figura de Podolski compendia a la perfección mis anhelos y dramas interiores. Puede que el delantero del Arsenal sólo haya jugado como titular ante Estados Unidos, pero creo que es uno de los protagonistas del Mundial fuera del césped. De su incesante actividad en las redes sociales me quedo con una fotografía en Twitter posando con la camiseta del Flamengo, el club por el que siento una debilidad casi enfermiza. Ahí me ganó por completo. Curiosa y trágicamente las franjas rubronegras de mi equipo eran también las que vestía Alemania cuando nos machacó el martes en Belo Horizonte.
Por supuesto que no es fácil digerir una derrota así, pero lo singular de la tragedia es fue un pequeño viaje a la infancia, a esas visitas al dentista donde nos ponían una inyección de anestesia. Un pinchazo que te impide cualquier reacción. Tal vez por eso no hubo tristeza en ningún lugar del país tras la derrota. Puede haber tristeza cuando pierdes un partido, pero es que eso no fue un partido. Fue sólo la exhibición de un equipo. Muchos dicen que fue una lección de fútbol, pero no fue así simplemente porque no había alumnos en la clase, que es algo así como decir que no había rival en el campo.
Alemania fue también un niño que jugó feliz, corrió, se divirtió y lo mejor de todo: fue respetuoso. Siendo más fuerte, no quiso abusar. No hizo bullying para enervar aún más a los brasileños. Ese juego limpio merece, sin duda, el título mundial. Eso y que juega contra Argentina.
Por Pedro Hernique Barreto, periodista del área internacional del Gobierno de Brasil)