26 de marzo de 2011
Alrededor de 380.000 japoneses se han quedado sin hogar y más de 21.000 han muerto o permanecen desaparecidos tras el terremoto y el posterior tsunami del 11 de marzo. Sin embargo, las cifras de víctimas serían muchísimo más altas de no ser por la estricta normativa antisísmica que desde hace décadas se aplica en la construcción en Japón. Y es que la gran mayoría de las muertes tras un terremoto se produce por el derrumbamiento de los edificios y no por la sacudida sísmica.
‘Sin ninguna duda, Japón es el país mejor preparado. En ningún otro lugar un terremoto de magnitud 9 hubiera provocado tan pocos daños’
Cuando se trata de levantar edificios capaces de resistir fuertes sacudidas, los japoneses siguen siendo los maestros. Los rascacielos que acarician los cielos de las grandes ciudades se han mantenido imperturbables tras el gran seísmo, así como gran parte de las viviendas construidas en los últimos años.
Incluso la central nuclear de Fukushima resistió al impacto del terremoto, aunque no al tsunami, que dañó el sistema de emergencia que debía refrigerar los reactores. «Sin ninguna duda, Japón es el país mejor preparado. En ningún otro lugar del mundo un terremoto de magnitud 9 en la escala de Richter hubiera provocado tan pocos daños», asegura Paloma Sobrini, decana del Colegio de Arquitectos de Madrid. De hecho, ha sido el gran tsunami posterior el que ha desolado la costa japonesa.
Legiones de expertos evalúan estos días los daños en los edificios mientras se construyen casas para albergar a las personas que han perdido su hogar. «Los edificios son como los seres humanos. Se hacen chequeos preventivos cada cierto tiempo durante toda su vida. Si sufre una patología por alguna causa (sucede un terremoto o cae una bomba) se revisa y se subsanan los daños», afirma Paloma Sobrini.
Pero, ¿cómo se logra que un rascacielos de 250 metros no se venga abajo? El objetivo es conseguir que el edificio se balancee pero no se derrumbe, «por lo que deben ser estructuras flexibles, que admitan cierto grado de deformación, que puedan vibrar e incluso desplazarse ligeramente». «Un terremoto es un movimiento brusco que hace ondular el edificio», explica Sobrini. «Si cogemos una caña seca y la doblas, se quiebra. En cambio, un junco vivo es flexible, puedes moverlo, deformarlo, y se va amoldando. Esa es la esencia de la construcción antisísmica», señala.
«En todas las plantas, la estructura del edificio debe tener los encuentros articulados [los nudos, es decir, el lugar donde se encuentran los pilares con las vigas o los suelos con los techos] porque permiten cierta movilidad», explica Paloma Sobrini. Este criterio es el mismo que se utiliza en la construcción de rascacielos de todo el mundo, ya que el viento fuerte produce con frecuencia el mismo empuje que un terremoto.
Rafael Blázquez, catedrático de Ingeniería del Terreno de la Universidad de Castilla-La Mancha, subraya que, a pesar de que lo adecuado es levantar un rascacielos en un terreno estable, gran parte del suelo en Japón es blando, por lo que se ven obligados a elegir entre dos opciones: mejorar el suelo de forma artificial compactándolo, o bien implementar una técnica conocida como aislamiento de base: «Se interponen entre la cimentación y la estructura unos aisladores de neopreno. Cuando hay un terremoto, el edificio se desplaza con el movimiento del suelo, sin ofrecer resistencia y, por tanto, no colapsa. El principio básico es que hay que desacoplar el movimiento del suelo y el movimiento de la estructura», señala Blázquez.
Blázquez explica que fue también en Japón, durante el seísmo que se produjo en junio de 1963 en Niigata, cuando se observó por primera vez un complejo fenómeno conocido como licuefacción (ver imagen), que tiene un gran poder destructivo ya que tumba los edificios como si fueran de juguete.
Ciertos tipos de suelos, saturados de agua, pierden resistencia cuando están sometidos a la sacudida de un terremoto. El agua brota del suelo y el terreno cambia de estado sólido a líquido. Cuando se produce el fenómeno de la licuefacción, los edificios ‘flotan’ en el suelo líquido y pierden estabilidad. La parte positiva es que los edificios se hunden en la tierra o caen inclinados, pero no se destruye su estructura, lo que permite salvar vidas.
Asimismo, los materiales usados, como cemento armado u hormigón, se someten a duras pruebas de resistencia. Blázquez recuerda que durante su primer viaje a Japón, en 1990, le sorprendió que las constructoras tuvieran sus propios laboratorios de materiales en los que simulaban terremotos para probar su resistencia.
Tras el seísmo de Kobe de 1995 (de magnitud 7,2) se han mejorado mucho las estructuras, como volverá a ocurrir ahora. De cada seísmo se aprenden nuevas lecciones que ayudarán a salvar más vidas en el futuro. Los japoneses son conscientes de que habrá nuevos terremotos devastadores así que ahora ponen todo su empeño en que los nuevos edificios civiles, viviendas, carreteras y las nuevas infraestructuras resistan la próxima sacudida.
(Por Teresa Guerrero, elmundo.es)
El Ministerio ingresó a evaluación ambiental un proyecto por 26 millones de dólares para concluir el "mejoramiento de la capacidad hidráulica" de Río Las Minas.
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