30 de agosto de 2010
El mensaje que provenía de un grupo de hombres enterrados, en las profundidades de un remoto país, fue tomado por los diversos periódicos que lo reprodujeron de distintas maneras. Algunos diarios franceses corrigieron su puntuación y agregaron comas. Diarios en lengua inglesa hicieron las correcciones que estimaron convenientes para conseguir la mejor traducción. Pero en ninguno de los casos las siete palabras admiten ambigüedad alguna.
Un país en vilo. Un mensaje de sólo siete palabras y está todo dicho. Escrito con letras rojas: Estamos bien en el refugio los 33. Una comunicación perfecta que responde a las principales interrogantes. Cuando muchos temían un desenlace fatal las dos primeras palabras despejan toda duda. Luego advierten donde se encuentran. Y, finalmente, confirman que todos, los 33, están en buenas condiciones. Un periodista no habría iniciado una nota de manera más concisa y precisa. Es una frase memorable que ha dado la vuelta al mundo. Algunos de los que la leyeron deben admirar semejante sucinta claridad. Para un país que tiene tantas dudas sobre la calidad de la educación este es un ejemplo alentador que proviene de trabajadores manuales.
En las agencias de noticias y en los medios de comunicación se estudia como ir al grano de un artículo desde la primera frase. En la jerga periodística a esta introducción se le llama lead (pronunciado lid). Este es un concepto que proviene del inglés y significa, guía pues esa es su función hacia el lector: introducirlo de lleno en la temática. Este lead es un ejemplo clásico, desde hace casi siglo y medio, de como decir todo lo fundamental: El Presidente fue baleado en un teatro esta noche y se cree que está mortalmente herido. El hecho ocurrió en 1865 y el Mandatario aludido era Abraham Lincoln. En el breve texto está la respuesta a todo lo ocurrido salvo el porqué. En dieciséis palabras se responden las preguntas claves. ¿Quién? el Presidente, ¿cómo? fue baleado, ¿cuándo? esta noche, ¿dónde? en un teatro, ¿qué pasó? está gravemente herido.
El mensaje que provenía de un grupo de hombres enterrados, en las profundidades de un remoto país, fue tomado por los diversos periódicos que lo reprodujeron de distintas maneras. Algunos diarios franceses corrigieron su puntuación y agregaron comas. Diarios en lengua inglesa hicieron las correcciones que estimaron convenientes para conseguir la mejor traducción. Pero en ninguno de los casos las siete palabras admiten ambigüedad alguna. Se rompía también una norma característica de las noticias. En las palabras del teórico de las comunicaciones Marshall McLuhan: Las noticias verdaderas son malas noticias: malas noticias sobre alguien, o malas noticias para alguien. En este caso la sentencia no sólo no aplica sino que fue una gran muy buena noticia. En realidad el concepto de mala noticia es equívoco. Lo que interesa a la prensa es el conflicto, la tensión, el suspenso por el desenlace. La lucha enconada de 33 hombres por sobrevivir en su prisión de rocas ciclópeas tiene los ingredientes de un drama universal. La emoción de sus seres queridos. Las sondas que erraban la trayectoria. El paso inexorable de los días. La incógnita del destino hasta el día en que las lágrimas de angustia se trocaron por las de alegría. No sólo los chilenos se conmovieron. En todo el mundo la suerte de los mineros atrapados tuvo un lugar prominente.
La epopeya de los mineros tiene muchas aristas. Todavía saldrán a la superficie -junto a los trabajadores- testimonios y anécdotas. Pero ya se ha ganado un lugar de privilegio el escueto mensaje que encendió a un país y ganó admiración mundial. El humilde papel que fue subido desde siete cuadras de profundidad, como la primera prueba de vida, debe ser enmarcado. Cabe esperar que sea exhibido en un lugar de fácil acceso público. Es un documento histórico de la fortaleza y espíritu de lucha de quienes lo escribieron. En ellos, en su sufrimiento y tesón, el resto del país encontró una profunda inspiración. Chile es un país donde hay muchos héroes civiles. Sin embargo, a juzgar por los nombres de calles y bustos en las plazas, se tiene la impresión que son los uniformados los que han hecho la mayor contribución a forjar los destinos del país.
En lo que toca a los mineros, cuya odisea está lejos de terminar, se podrá decir que no han hecho más que sobrevivir. En realidad su coraje es anterior al derrumbe que los atrapó. Se necesita valor para entrar a socavones crujientes a sabiendas que no hay vías de escape. Es lo mismo para pescadores artesanales, que salen mar afuera en endebles embarcaciones, o trabajadores de la construcción, que se encaraman en estructuras inestables, y otros tantos oficios en que la gente expone su vida. En estos 33 mineros el país rescata a tantos héroes anónimos de la vida cotidiana. Es por ello que el histórico primer mensaje de vida debe conservarse como un símbolo de la voluntad nacional.
La Nación.
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