Es muy interesante el revuelo que ha causado la reciente determinación de los bienes esenciales de uso doméstico que ha hecho la autoridad, en razón de que puedan seguir siendo comercializados en las comunas del país que se encuentran en las fases 1 o 2 del plan “Paso a Paso”.

Fijémonos que se trata de una determinación de los bienes que se consideran imprescindibles para la subsistencia, el teletrabajo, la educación a distancia, o el funcionamiento, conservación y seguridad del inmueble. Para unos se trata de una indebida intromisión del estado en asuntos que deben ser regulados por el mercado, para otros es igualmente indebido que el estado pretenda limitar la libertad económica de las personas y les diga qué es lo imprescindible en sus vidas, para otros es igualmente inaceptable que el estado limite la libertad de emprendimiento de las personas, y para muchas personas que deben subsistir en el día a día es otro problema más que se agrega a los muchos que ya tienen.

Cuando se revisa la lista de estos bienes de consumo que se consideran esenciales y, por tanto, indispensables, la primera impresión es que no ha quedado nada o casi nada fuera; pareciera que todo es esencial. Sin embargo, en una mirada más atenta van apareciendo productos que han quedado fuera de la lista: la ropa de jóvenes y adultos, los televisores, los video juegos, los peluches, los artículos deportivos y los cosméticos, entre otros. A su vez, el listado de los productos que han quedado fuera despierta el reclamo de quienes sí consideran que unos u otros son indispensables para la vida, es decir, esenciales.

No es mi interés, para nada, entrar en ese debate, sino invitar a reflexionar sobre un aspecto del tema. Se trata de algo que de diversos modos se ha hecho notar, desde hace algunas décadas, como una de las expresiones más significativas del cambio cultural. Me refiero a que lo que se tiene en cuenta es -simplemente- la condición de las personas como consumidores de diversos productos, los cuales pueden variar según sus intereses, sus gustos y sus actividades; es decir, lo que importa es el ser humano en cuanto consumidor de bienes, alguien que vive según sus carencias y necesidades, buscando satisfacerlas a través de esos bienes que consume.

Por supuesto que todos tenemos necesidades que satisfacer, pero algo que no he escuchado en medio de todo este revuelo han sido las palabras “austeridad” y “sobriedad”. Se trata de valores que expresan un estilo de vida que para la mayoría de las personas ya no existe ni interesa: lo que importa es consumir. Si los valores de la austeridad y la sobriedad promueven una mayor libertad de las personas frente a las cosas y una relación más armónica con el medio ambiente, el consumo funciona por acumulación de necesidades y de productos para satisfacerlas.

Menos mal que en todo este asunto se trata de una lista transitoria de productos y que pronto dejará de tener validez, pero los valores que se manifiestan en este listado de productos considerados esenciales en esta coyuntura, no son simplemente coyunturales, sino que tienen validez más allá del listado comercial de bienes de consumo. Por ejemplo, puede ser importante reflexionar si algo parecido podría ocurrir en la discusión de la nueva Constitución, en que la determinación de lo que es esencial para nuestra vida como comunidad nacional se realice -simplemente- por dispersión y acumulación de necesidades e intereses, ahorrándose la búsqueda de aquellos puntos que unifican la comunidad.

Por cierto, más allá de los bienes de consumo que se han considerado esenciales, y de la preguntas por lo que será considerado esencial en la nueva carta fundamental, es una buena ocasión para recordar lo que dijo el zorro al Principito, en la obra homónima de Saint-Exupéry: “lo esencial es invisible a los ojos”.

8 de abril de 2021