7 de abril de 2024
Fue Hernán Rivera Letelier quien dijo alguna vez que no tenía por dónde ser escritor. Se refería, por supuesto, a la falta de estudios universitarios en Literatura, y por el hecho de venir de un mundo agreste como la minería. La lectura y la escritura son actividades más bien ligadas a los sectores más acomodados y educados, pero nada es tan absoluto en la vida y siempre hay una fisura por donde aquellas verdades suelen desinflarse.
Como Rivera Letelier, en la pampa salitrosa del Norte Grande, algo similar pudo haber pensado la joven Lucila Godoy Alcayaga unos kilómetros al sur, a inicios del siglo XX. Nacida un 7 de abril de 1889 -hace 135 años- en Vicuña, un poblado ubicado al interior del Valle del Elqui, lejos de las grandes ciudades, lejos de los círculos literarios, de la crítica, de las bibliotecas nutridas, y del incipiente mundo editorial. Era un Chile de poco más de 2 millones de habitantes, donde gobernaba José Manuel Balmaceda, un liberal cuyo credo era el progreso, aunque el país era predominantemente rural. Según los datos del censo de 1885, el 57,7% de la población vivía en el campo. Además, el 71,1% de los chilenos era analfabeto, y de estos, un 73,8% correspondía a las mujeres.
Ese país, precario, fue el que vio crecer a la joven Lucila, quien junto a su familia pasó de Vicuña a Montegrande, lugar enclavado en los cerros cordilleranos donde realizó sus primeros estudios en la Escuela Rural de la localidad. Esos tiempos iniciáticos fueron parte fundamental del imaginario de la futura poeta, puesto que ya convertida en Gabriela Mistral escribió siempre sobre el Valle del Elqui. Por ejemplo, en Tala (1938), encontramos su poema País de la ausencia el que, a decir de Roberto Bolaño, hace una referencia a la infancia. Al país de la infancia. “Con edad de siempre, sin edad feliz”.
También hizo menciones al valle en sus otros escritos: en periódicos (los “recados”), cartas y otros textos en prosa. Es que en opinión del investigador Jaime Quezada, uno de los destacados especialistas en la obra de Mistral, ese fue un tiempo casi bucólico. Así lo comenta a Culto: “Fue una infancia maravillosa. Ella siempre consideró que la infancia fue su patria real. Siempre llevó consigo su Valle del Elqui, nunca se olvidó de los cerros, los huertos, los aromas. El lugar creó en ella una sensibilidad. Eso es muy revelador en su obra. De hecho escribió ‘Cuando salí del Valle dejé de ser feliz’. Es una de las cosas que conmueven mucho, en el sentido de cómo la infancia quedó tan marcada en ella”.
El académico Alfredo Gorrochotegui, de la Facultad de Psicología y Humanidades de la Universidad San Sebastián, agrega: “La infancia de Mistral en el Valle del Elqui fue como la de cualquier niña en ese entorno. Dirá con el paso de los años: ‘La patria es el paisaje de la infancia’ y también expresará, como en muchas otras ocasiones durante su vida, las marcas indelebles que dejó en ella ese lugar donde vino al mundo: ‘Yo sigo hablando mi español con el canturreo del valle de Elqui; yo no puedo llevar otros ojos que los que me rasgó la luz del valle de Elqui; yo tengo un olfato sacado de esas viñas y esos higuerales y hasta mi tacto salió de aquellos cerros con pastos dulces o pastos bravos’. De esto se desprende algo que se observaba mucho en Mistral: su exquisito gusto por la fruta, lo que, de hecho, le hizo engordar con frecuencia”.
El investigador Pedro Pablo Zegers, exdirector de la Biblioteca Nacional, uno de los mayores especialistas en la obra de Mistral añade otros factores a este cuadro. “Como dijo ella misma, esos primeros años fueron de dulce y de agraz. Siempre recordó a Montegrande como el espacio de vida más grato, cuando ella permaneció con su madre y su hermana. Ahí tuvo momentos de tranquilidad, de paz con la familia. Pero en Vicuña tuvo momentos complejos, no lo pasó bien. Ella contó que sufrió un par de afrentas. Por ejemplo, la famosa acusación de ladrona, eso fue efectivo, eso lo contó hasta muy mayor. Después la misma profesora que la acusó de ladrona la trató de deficiente mental y que no iba a tener ninguna posibilidad en la vida. Fue una afrenta tras otra. Entonces, su vida en el Valle tuvo dos caras: una tranquila, relajada, y otra que no lo fue tanto”.
Ese episodio citado por Zegers, tiene que ver con una acusación sobre un robo de útiles escolares. La poeta lo recordó muchos años después. “Allí [en la escuela] me recibieron con una lluvia de insultos y piedras diciendo que nunca más irían por la calle con la ladrona. Esta tragedia ridícula hizo tal daño en mí como yo no sabría decirlo. Mi madre vino a dar explicaciones acerca de este hecho, y aunque logró convencer a mi maestra […] de mi inocencia, salió con la idea, por supuesto que impuesta de que yo no tenía condiciones intelectuales de ningún género y que sólo podría aplicarme a los quehaceres domésticos”.
Dos mujeres y una biblioteca
En esos primeros años, en casa de adobe y piso de madera, hubo dos personas muy determinantes para Gabriela Mistral, y que incidirían en su formación como lectora. Así lo destaca Alfredo Gorrochotegui: “No hay que olvidar la influencia que tuvieron en el carácter y la temprana educación de Mistral su media hermana Ana Emelina Molina quien era maestra (hija natural de la madre de Mistral) y quince años mayor que Gabriela; y su abuela paterna, una mujer culta y gran lectora de la Biblia. La primera fue su modelo de maestra, su más cercana inspiración cuando se dedicó 22 años de su vida a dar clases y dirigir colegios en Chile. Y la segunda influyó en la carga espiritual de sus futuros escritos en prosa y verso, pues le hacía leer en voz alta y aprender de memoria pasajes de la Biblia, especialmente los Salmos de David. De hecho, el libro que siempre acompañó a Mistral en su velador, lo dijo muchas veces, fue la Biblia, la cual repasaba con frecuencia”.
Y hubo un nombre en particular que resultó ser clave, el del director del Instituto Comercial de Coquimbo y propietario del periódico El Coquimbo, Bernardo Ossandón. “Él le facilitó su biblioteca, lugar en el cual Gabriela, con gran capacidad de devorar libros, se nutrió de los grandes novelistas de occidente”, señala Gorrochotegui. De hecho, el académico nos cita un escrito de 1949 en que la misma Mistral (muy interesada en escribir ella misma su historia) recordó el episodio, titulado El oficio lateral.
“Un viejo periodista dio un día conmigo o yo di con él. Se llamaba Don Bernardo Ossandón y poseía el fenómeno provincial de una biblioteca grande y óptima. No entiendo cómo el señor me abrió su tesoro, fiándome libros de buenas pastas y de papel fino […] Con esto comienza para mí el deslizamiento hacia la fiesta pequeña y clandestina que sería mi lectura vesperal y nocturna, refugio que se me abriría para no cerrarse más”.
Archivo Histórico / Cedoc Copesa.
Pedro Pablo Zegers complementa: “Ahí pudo leer -tal como ella dijo- sin orden ni concierto. Leyó todo lo que cayó en sus manos, y por cierto que fue una lectura sin guía, pero en definitiva una lectura mayor. Ahí pudo tener acceso a la cultura de la época. Cuando hablaba de sus lecturas, siempre hablaba de mucha satisfacción de lo leído, y específicamente de ‘sus padres rusos’. Es decir, la literatura rusa. También leía con mucho interés la Biblia, y también decía haber leído ‘a todo mi Rubén Darío’. Eso le iba dando sentido a su formación, que fue muy precaria. Ella no tuvo una formación sistemática, no pudo acceder a la Escuela Normal de La Serena. Le fue impedido, fue despachada prontamente de la educación básica, porque la directora -que era su madrina- le dijo a su madre que la sacara del colegio porque era una niña incapaz y no iba a llegar nunca a ninguna parte”.
Esa influencia de los rusos quedó tan marcada a fuego, que décadas después, ya siendo la directora del Liceo de Niñas de Temuco, conoció a un joven Neftalí Reyes, el futuro Pablo Neruda, a quien justamente le recomendó leer a esos autores. Neruda lo recordó así en 1954: “Ella me hizo leer los primeros grandes nombres de la literatura rusa que tanta influencia tuvieron sobre mí”.
Inquieta, lectora y con una inteligencia vivaz, en el entorno de la joven Lucila notaron que los quehaceres del hogar no era lo que le interesaba, sino aprender y leer mucho. Por ello es que tanto su madre como su hermanastra iniciaron trámites para que la muchacha consiguiera un puesto de ayudante de escuela. Así comenzó a trabajar como maestra siendo una adolescente de 14 años, en 1903 en un poblado cercano a La Serena y Coquimbo llamado La Compañía. “Atendió un curso de unos 50 niños y además ofreció instrucción nocturna y voluntaria para enseñar a leer y escribir a pequeños entre 5 y 10 años, y a algunos que la sobrepasaban en edad”, señala Gorrochotegui.
Archivo Histórico / Cedoc Copesa.
Historia de un seudónimo
Pocos años después, ya siendo una maestra, la joven Lucila comenzó a publicar sus versos en diarios de la zona. Hacia mediados de la primera década del siglo XX comenzó a tomar forma el seudónimo con el que pasó a la eternidad. “Las mujeres de principios del siglo XX dedicadas a publicar prosa y poesía tuvieron un rasgo que fue común: la necesidad de usar seudónimos para enfrentar a la crítica y al público. Esa es, muy probablemente, la razón por la que Lucila María Godoy Alcayaga elige ser Gabriela Mistral”, señala Gorrochotegui.
Como todo hecho histórico, hay diferentes visiones sobre el punto exacto en que comenzó a usarlo. “Fue en 1906 cuando empieza a escribir bajo el seudónimo de Gabriela Mistral -señala Pedro Pablo Zegers-. A veces ponía ‘Mistrali’. Lo publicó por primera vez en un diario de Ovalle, llamado La Constitución. Si mal lo recuerdo el texto donde firmó con ese seudónimo se llama Rimas”.
Gorrochegui coincide con la explicación, solo discrepando en el año. “La poeta envió al periódico La Constitución, de Ovalle, un poema intitulado Rimas, con el seudónimo ‘Gabriela Mistral’, el cual se publicó el 10 de junio de 1908. Lo cual contradice la opinión generalizada que consideraba que lo comenzaría a usar en 1912 en Antofagasta, o en especial, en 1914 cuando concursó en los ‘Juegos Florales’ de Santiago, donde se alzó con el primer premio de poesía”.
Por su lado, Jaime Quezada señala: “El nombre lo acuña cuando está en La Cantera, una escuelita cerca de Coquimbo, en el año 1909 o 1910. Por esa época ya firma con el seudónimo”.
La explicación más aceptada es que Mistral se debe a un homenaje al poeta francés Frédéric Mistral (quien recibió el Premio Nobel de Literatura en 1904). Y que el Gabriela sería un homenaje al poeta italiano Gabrielle D´Annunzio (años después sería considerado uno de los precursores del Fascismo). Sin embargo, también hay otras explicaciones. “Ella después dijo que lo de Mistral viene del viento Mistral -explica Jaime Quezada-. Vivió en Europa, y ese era el nombre de un viento regional de la Provenza, así como en Chile hay vientos con nombre. Aunque siempre fue seudónimo, es diferente al caso de Neruda quien legalizó su nombre y el Neftalí Reyes quedó afuera. En cambio ella siempre fue Lucila Godoy”.
Zegers tiene otra mirada: “Lo de Gabriela ella señaló que se debía al arcángel Gabriel. Hay que pensar que ella tenía gran predilección por las lecturas bíblicas. Yo lo he dicho varias veces, ella se formó con la Biblia. Ella lo dijo un par de veces y está escrito de su puño y letra”.
Por cierto, Gorrochotegui agrega que no fue el primer seudónimo que probó. “Se sabe que ella usó para sus escritos sobrenombres como ‘Alguien’, ‘Soledad’, ‘Alma’ y las múltiples variantes de sus nombres y apellidos con mayúsculas, minúsculas, o agregando una ‘Y’ para unir sus apellidos”.
135 años para recordar
Como sea, este 7 de abril -desde enero declarado Día Nacional de Gabriela Mistral- habrán varias actividades para recordar a la Premio Nobel de Literatura 1945. Este domingo, a las 10.45 horas se realizará un acto de conmemoración en la terraza Neptuno del Cerro Santa Lucía, organizado por la Municipalidad de Santiago. Por otro lado, en el Centro Cultural La Moneda se realizará la performance ¿Qué será de Chile en el cielo?, el martes 12 de abril a las 12 horas (Sala de Cine, Nivel -2). Y por supuesto, el Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM) tendrá este domingo una lectura dramatizada de la obra de teatro Mistral, Gabriela 1945, a cargo de Solange Lackington, Valeria Leyton y Aliocha de la Sotta. Además, las actrices Anita Reeves, Mónica Carrasco, Diana Sanz y Luz Jiménez recitarán poemas; y la cantautora Florencia Lira musicalizará poemas mistralianos. También habrán talleres en una instalación llamada El jardín de Gabriela.
Felipe Mella, director ejecutivo del GAM, destacó a Culto la importancia de la poeta para el centro cultural que lleva su nombre. “Desde 2015, una imagen gigante de Mistral en la fachada del edificio ha sido telón de fondo de manifestaciones en la Alameda y guardiana de distintas acciones que se desarrollan en el interior del GAM. Siempre hemos buscado la forma de rescatar distintas facetas de la poeta y enfatizar la vigencia de su pensamiento. Nuestro centro cultural se honra al celebrar por primera vez la instalación de su nacimiento como un día conmemorativo en el calendario nacional y celebra la gran iniciativa de la Cámara de Diputados”.
En el plano editorial hay novedades. Se acaba de publicar Vagabunda, eso he sido, que recopila los escritos de viaje de la poeta, cuya edición y selección corrió por parte de Natacha Oyarzún. Publica la casa independiente Alquimia Ediciones. Por otro lado, el Fondo de Cultura Económica (FCE) acaba de sacar a la luz Escritos políticos, que compila cartas, artículos, ensayos y “recados” de Mistral sobre política. La selección, prólogo y notas fueron obra de Jaime Quezada.
La Tercera
Consejo regional.
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