31 de mayo de 2014
La reunión anual de la Asociación de Economía de la Salud (AES), que se celebra estos días en Pamplona, ha servido para poner de manifiesto los últimos estudios que relacionan pobreza infantil con secuelas para la salud durante la edad adulta. Porque como explica Pilar García, vicepresidenta de AES, «cada vez está más claro que las condiciones de vida durante los cinco primeros años de vida de un niño le marcan para el resto de su vida».
En el caso de situaciones más extremas, como el maltrato infantil, existen incluso evidencias científicas que demuestran que esa violencia deja una huella física en el cerebro de los menores. Como demostraba recientemente Joaquim Radua, presidente de la Sociedad Española de Neuroimagen, en un artículo publicado en la revista The American Journal of Psychiatry, los niños que han sido maltratados en la infancia tienen menor volumen de sustancia gris en ciertas regiones cerebrales que se desarrollan un poco más tarde, en la adolescencia, y que podrían explicar los déficits cognitivos y emocionales de estas víctimas en su edad adulta.
En el caso de la pobreza, explica Radua a este periódico, también se han detectado disminuciones de volumen -especialmente de materia gris-, así como déficits funcionales. Y aunque admite que sí podría hablarse de una huella física de la pobreza en el desarrollo cerebral, considera que los estudios son aún preliminares.
Como recordaba también recientemente un panel internacional de expertos reunidos en Vancouver (Canadá) por las Sociedades Académicas Pediátricas, los mecanismos por los que la pobreza infantil deja su huella para el resto de la edad adulta son muy variados. Desde marcas en los propios genes (a través de mecanismos epigenéticos que influyen en nuestro ADN a través del ambiente físico), las secuelas que tiene el estrés a través de la oxidación celular, los efectos de la malnutrición, las peores oportunidades educativas…
«Por ejemplo, el estrés de la madre durante el embarazo puede ya incluso tener secuelas en la formación del feto», explica García; «pero además, las familias en dificultades económicas pueden tener peor salud mental -lo que influiría en una menor estimulación cognitiva de los niños- mayores niveles de estrés en el hogar, unas peores condiciones de vivienda…».
Los datos sobre el maltrato, por ejemplo, «muestran las graves consecuencias de las adversidades ambientales infantiles en el desarrollo cerebral», señala Radua. Estudios similares han mostrado las consecuencias del acoso escolar, años más tarde, en forma de depresión, ansiedad, dolor de cabeza o incluso ideas suicidas; pero también como una especie de huella biológica en su organismo.
Como coinciden los especialistas, los efectos de la pobreza durante las primeros años de vida no vienen mediados únicamente por la malnutrición en los primeros años de vida -que se ha relacionado con mayores tasas de obesidad en la edad adulta-, sino a través de ese amplio abanico de mecanismos en los que la educación juega un papel importante. «Sabemos por ejemplo que estos niños tienen peores resultados educativos y eso acaba repercutiendo en peores oportunidades laborales», explica García, profesora en la Escuela Erasmus de Economía de la Universidad de Rotterdam. En el caso de las mujeres, añade esta especialista, «se ha demostrado que aquellas con niveles de ingresos más bajos tienen una renta acumulada a lo largo de su vida un 25% inferior a las mujeres de los niveles superiores».
Marteen Lindeboom, profesor de Económicas en la Universidad de Ámsterdam (Holanda) especializado en las secuelas de la pobreza infantil, señala por su parte que estas condiciones de vida iniciales se pueden traducir incluso en dos años menos de supervivencia de media. «Es cierto que la mayoría de estudios sobre este tema se hicieron a principios de siglo, pero también hemos visto que son las intervenciones precoces, precisamente en los primeros años de vida, las que tienen mayor eficacia. Porque lo que ocurre en esos años es luego muy poco reversible y las intervenciones tardías son poco eficaces». Y como él mismo añade, no sólo los grandes eventos (como una guerra) tienen efectos en los niños, sino que otro tipo de eventos (como la contaminación o un ciclo económico bajo) pueden dejar su huella para el resto de la vida.
(Por María Valerio, publicado en elmundo.es)
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