29 de junio de 2016
Unos tenemos más cosquillas que otros, pero casi todos somos incapaces de hacernos cosquillas a nosotros mismos. La explicación tiene que ver con el modo en que vemos y percibimos el movimiento.
Para llegar al fondo de lo que nos impide hacernos cosquillas a nosotros mismos, analicemos primero otro fenómeno. Cierren un ojo y, a continuación, presionen con cuidado el lateral del otro ojo (el abierto) mientras mueven el globo ocular de un lado a otro en la cuenca. ¿Qué ven? Debería darles la impresión de que el mundo se mueve, aunque sepan que no es así.
Ahora bajen la mano y miren a su alrededor. El ojo se mueve de forma similar a como lo hacía cuando lo presionaban, pero el mundo está quieto. Está claro que la información visual recogida por el ojo es la misma en ambos casos, y que las imágenes pasan por la retina a medida que el ojo se mueve de un lado a otro, pero la percepción del modo en que se mueven las cosas solo es falsa cuando empujamos el ojo con el dedo.
Ello se debe a que, cuando movemos los ojos con naturalidad, el cerebro envía órdenes motrices a los músculos oculares y, al mismo tiempo, se envía algo denominado copia eferente de las órdenes al sistema visual, para que este prediga las consecuencias sensoriales del movimiento. Esto permite que el sistema visual compense los cambios que tienen lugar en la retina a causa del movimiento del globo ocular, y el cerebro sepa que los cambios en las imágenes (que parece que las cosas se han movido) se deben, en realidad, al movimiento del propio ojo.
De este modo, uno puede recorrer la habitación con la mirada y apreciar todos los detalles, sin tener la sensación de ir volando como un abejorro mareado. Cuando se presionaron el ojo con el dedo, no existía esa predicción, por lo que no tuvo lugar ninguna compensación y, en consecuencia, se alteró la percepción del movimiento.
Cuando intentamos hacernos cosquillas a nosotros mismos, el sistema motor también crea una copia eferente, lo que le permite predecir las consecuencias sensoriales del movimiento. Como prevemos con exactitud lo que vamos a sentir en la axila, por ejemplo, la experiencia subsiguiente es menos intensa que cuando otra persona nos hace cosquillas.
No obstante, hay formas de hacerse cosquillas a uno mismo, pero requieren ayuda técnica. En una investigación dirigida por Sarah-Jayne Blakemore, ahora catedrática de neurociencia cognitiva en el University College de Londres, se utilizó un robot cuyo brazo mecánico podían mover adelante y atrás las personas, con una mano; este movimiento se transfería a un segundo brazo robótico que tenía un trozo de espuma suave en su extremo, con el que acariciaba la palma de la otra mano.
Cuando los participantes se hacían cosquillas de esta forma, no sentían mucho cosquilleo. Sin embargo, cuando el robot transfería el movimiento causante de las cosquillas con un pequeñísimo retardo de 100 a 300 milisegundos, la sensación de cosquilleo aumentaba mucho. Esa pequeña demora bastaba para anular la capacidad del cerebro de prever las consecuencias de la acción, lo que producía una sensación que se parecía mucho a la que se tiene cuando alguien nos hace cosquillas.
Hay un grupo de personas que pueden hacerse cosquillas a sí mismas, sin necesidad de demora temporal; son los enfermos de esquizofrenia que padecen delirios de control. Estos individuos sienten que sus actos (o en ocasiones sus pensamientos) no son suyos realmente, o bien que alguna fuerza extraña los crea para ellos. Según los conocimientos psiquiátricos y psicológicos actuales, estas experiencias se deben a un fallo del mecanismo que compara la copia eferente antes mencionada con las consecuencias sensoriales de la acción.
De modo que, si un paciente que sufre delirios de control levanta el brazo por encima de la cabeza, su experiencia subjetiva podría ser similar a la de que alguien le hubiese levantado el brazo y se lo hubiese colocado en esa posición. Cuando Blakemore y sus compañeros pidieron a algunos pacientes que se hicieran cosquillas con un dispositivo similar al robot antes descrito, aquellos que presentaban síntomas de este tipo de esquizofrenia tenían la misma sensación de cosquilleo cuando no había demora temporal que cuando el investigador les hacía cosquillas.
Por divertido o agradable que fuese que pudiéramos hacernos cosquillas a nosotros mismos, la razón por la que no podemos hacerlo es que el cerebro ha sufrido adaptaciones destinadas a optimizar el modo en que entendemos el mundo que nos rodea y nos relacionamos con él. Es extremadamente importante que seamos capaces de distinguir si una experiencia concreta es consecuencia de nuestros propios actos o de alguna fuerza externa.
Si todo nos pareciese ajeno a nosotros mismos, quizás no seríamos capaces de aprender de nuestros errores, porque ni siquiera seríamos conscientes de haber cometido ningún error. Y si todo nos pareciese controlado por nosotros mismos, seríamos presa fácil para los depredadores. El saber que el chasquido de una ramita que se rompe a nuestras espaldas en medio del bosque no lo han causado nuestros propios pasos, sino un oso que anda al acecho, no tiene precio.
(Por Marc J. Buehner, investigador en Ciencias Cognitivas de la Universidad de Cardiff. Publicado en elpais.com. Este artículo fue publicado originalmente en inglés en la web The Conversation)
Durante la reunión, se abordó la importancia de la alianza público-privada para llevar a cabo proyectos de infraestructura pública y vivienda de la región.
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