11 de marzo de 2025
No sin sorna, los guías franceses que trabajan en el macizo de Chamonix aseguran que la mejor maniobra de rescate que uno puede hacer si alguien cae al fondo de una grieta es llamar al helicóptero. De inmediato llegará un moderno aparato francés o italiano acostumbrado a volar varias veces al día, especialmente en verano. Es tal la eficacia de los servicios de rescate que permiten diluir un tanto el compromiso inherente al alpinismo.
En la Patagonia argentina, en cambio, a los pies del Fitz Roy o del Cerro Torre, escalar sigue siendo un ejercicio de funambulismo entre el éxito y la desgracia: ni hay helicópteros ni se les espera. Sencillamente, los alpinistas asumen que en caso de accidente, solo la solidaridad podrá venir en su auxilio.
La médico local, Carolina Codó, creó en 1996 un grupo de rescate benévolo: la Comisión de Auxilio (CAX) que reúne a 60 voluntarios de El Chaltén y que cuenta con la ayuda ocasional de escaladores extranjeros. Todas las intervenciones se realizan a pie, cubriendo distancias enormes, asumiendo riesgos severos y propiciando milagros de toda clase. Tasio Martín, vizcaíno de 24 años, propició uno de ellos hace apenas un mes. El pasado 16 de febrero, descansaba en su habitación tras un intento fallido al Fitz Roy cuando llamaron a su puerta: la Doctora Codó y su amiga del CAX, Angie Felgueras, necesitaban voluntarios en forma. Dos días atrás, el 14, tres alpinistas chilenos (dos mujeres y un hombre en la treintena de edad) habían solicitado vía satélite un rescate aéreo. El trío había escalado la Supercanaleta al Fitz Roy, invirtiendo tres días. Sin fuerzas para asumir un descenso por la misma ruta, decidieron buscar los rápeles de la Francoargentina, famosos por incómodos, laboriosos y difíciles de encontrar.
“Nos preocupó ver que pedían un helicóptero, cuando todo el mundo sabe que aquí no existe esa opción. Debían estar ya mal”, opina Angie Felgueras. El trío logró dar con la línea de rápeles, pero una de sus dos cuerdas se atascó al poco de iniciar el descenso y se vieron forzados a realizar rápeles más cortos de apenas 30 metros. Tenían por debajo 650 metros de pared. Además, la ventana de buen tiempo que los alpinistas habían empleado para escalar empezaba a cerrarse, llegaba el viento y el frío. El día 15, a las dos y media de la mañana, el trío chileno volvió a pedir ayuda. Ese mismo día, un grupo del CAX inició la larga aproximación hacia la base de la pared. A las 10.30 del día 16, el grupo de contacto que se había acercado hasta la base de la pared empezó el regreso al pueblo, dando por fallecidos a los alpinistas.
“El caso es que desde la tarde anterior no se habían movido y se creyó que el frío extremo o el agotamiento había acabado con ellos”, explica Tasio Martín. Pero a las 14.30 de ese mismo día, un dron puedo filmar la pared y en la grabación se pudo ver cómo la cordada chilena había reiniciado el descenso y rapelaba. Esa misma tarde, Tasio Martín y el navarro Ibon Mendia, junto a los argentinos Facundo Jíos y Java (habituales de los rescates) empezaron la larga aproximación a la pared. “Pensábamos que íbamos a recoger tres cadáveres, la información era confusa y sabíamos que habían estado muchas horas sin moverse, que estaban muy cansados, deshidratados, hipotérmicos y que hacían todas las maniobras muy lentamente y tampoco encontraban nieve para fundir y poder beber. Sobrevivir parecía improbable”, explica Tasio.
“Tras varias horas, finalmente Facu y yo llegamos a la Silla, que es donde realmente empieza la pared de roca. Eran las once de la noche y los tres chilenos lograron rapelar hasta donde les esperábamos. No entendíamos por qué avanzaban tan lentamente, pero al verlos lo comprendimos. Estaban al límite, y una de las dos alpinistas había perdido una bota, que había atado mal en uno de los vivacs. Conservaba al menos el botín interior pero tenía la mano derecha con graves congelaciones. El chico se desplomaba del cansancio. Nos presentamos, nos agradecieron brevemente la ayuda y les dijimos que teníamos que salir de ahí cuanto antes: es una zona muy expuesta a la caída de rocas. Teníamos que descender por un terreno delicado de destrepes para llegar a la Brecha de los Italianos desde donde empiezas a rapelar de nuevo, unos 10 rápeles, y llegas al glaciar donde acaban las dificultades. A ratos portamos sobre nuestras espaldas a la chica sin bota y vigilamos muy de cerca al chico, que se desplomaba. La otra chica estaba mejor. Cuando alcanzamos el glaciar eran las 4.30 de la madrugada. Estaban al límite. Iban como zombis. En el glaciar nos encontramos con varios miembros del CAX que habían hecho una cueva de nieve, había tiendas de campaña, comida, bebida y pudieron descansar hasta la mañana siguiente”, resume Tasio.
Fuente: elpais.com
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