En el extremo austral de Chile, donde el viento domina y el frío impone su ley, un grupo de 20 agricultores inició una revolución silenciosa que transforma su entorno y su forma de producir. Lo llaman el "Programa de Transición a la Agricultura Sostenible" (TAS), pero para ellos, es una herramienta de esperanza, una oportunidad para cambiar su relación con la tierra y convertir suelos áridos en terrenos vivos y fértiles.
Este cambio no es obra de la casualidad, sino el resultado de un esfuerzo conjunto entre el Instituto de Investigaciones Agropecuarias (INIA) Kampenaike e INDAP, que apostaron por la sostenibilidad como eje central del desarrollo agrícola en Magallanes. En poco más de un año, las técnicas enseñadas en talleres prácticos han hecho florecer suelos que antes se daban por perdidos, y la clave de este éxito está en la comprensión de un principio fundamental: el suelo no es un recurso inerte, sino un organismo vivo.
Juanita Igor, una de las agricultoras beneficiadas, recuerda su escepticismo inicial. "Empecé con restos de cocina y hojas secas, pero no veía cambios. Pensé que no funcionaría", confiesa. Sin embargo, con paciencia y dedicación, ese montón de residuos se convirtió en un suelo oscuro y lleno de vida. "Cuando vi las lombrices trabajando y sentí ese olor dulce del compost listo, entendí que estaba haciendo algo realmente importante", cuenta emocionada.
El compost se ha convertido en el corazón de la transformación. Como explica Tatiana Romero, asesora del programa TAS, esta técnica no solo mejora la calidad del suelo, sino que también reduce el impacto ambiental al reutilizar residuos orgánicos. "El programa se desarrolla en dos etapas, partiendo con un diagnóstico de sostenibilidad de los predios, para luego implementar planes de inversión y capacitaciones grupales que abarcan temas clave como biodiversidad, manejo de suelos y control de plagas", detalla Romero.
Los resultados son evidentes. Según Romero, muchos agricultores dejaron atrás las malas prácticas de exponer sus terrenos al deterioro. Ahora entienden el suelo como un ecosistema que respira y evoluciona. Esta comprensión no solo ha mejorado la calidad del suelo, sino también la productividad de los cultivos, "porque hay vida bajo nuestros pies", sentencia.
El compromiso de INDAP se traduce en más que palabras. Felipe Martínez Hermosilla, jefe de Fomento Regional, destaca la asignación de un millón de pesos por agricultor para implementar mejoras específicas en sus terrenos. "Esta inversión ha permitido la compra de insumos como compost, guano y herramientas adaptadas a las necesidades locales. Es una manera concreta de cerrar brechas y fomentar prácticas sostenibles", subraya.
Por su parte, Gabriel Zegers, director regional de INDAP, lo resume con claridad: "El concepto de 'suelo vivo' es fundamental. Un suelo rico en microorganismos, bacterias y hongos no solo retiene agua y controla plagas, sino que también asegura la mineralización de nutrientes esenciales para el crecimiento de las plantas". Este enfoque integral busca enfrentar desafíos globales como el cambio climático y la desertificación, apostando por una agricultura sostenible y resiliente.
Los frutos de un cambio colectivo
Las voces de los agricultores reflejan los logros alcanzados. Teresa Colín, otra participante del programa, destaca los cambios en su predio: "Incorporé compost y dejé de usar maquinaria que dañaba la estructura del suelo. Ahora, mis verduras son más saludables y productivas".
En tanto, la agricultora Rosa Cárdenas destacó que las técnicas aprendidas han mejorado significativamente los cultivos, permitiendo cosechas más saludables y rentables. "La idea es seguir aprendiendo para obtener buenas cosechas, que no solo alimenten a nuestras familias, sino que también podamos vender productos que son muy valorados en la zona", señaló.
Además, resaltó el impacto positivo de la agroecología y tecnologías como el abono orgánico, calificándolas como herramientas clave para el desarrollo sostenible de la agricultura local.
Este segundo año del programa se perfila como una etapa clave para consolidar el trabajo realizado. Las capacitaciones se han intensificado, abordando temas como el manejo ecológico de malezas, mientras los agricultores siguen redefiniendo sus prácticas con el apoyo técnico y financiero necesario.
En Magallanes, esta revolución silenciosa demuestra que, con esfuerzo, conocimiento y colaboración, es posible transformar los suelos más pobres en tierra fértil, rica y productiva. Más allá de los logros agrícolas, este proceso ha sembrado algo aún más valioso: una nueva forma de entender y cuidar la vida bajo nuestros pies.