12 de marzo de 2025
Hace un par de semanas se publicaron en El Magallanes (Punta Arenas) dos columnas de opinión y una editorial sobre materias antárticas que merecen un mayor análisis. La primera columna fue escrita por el director del Instituto Antártico Chileno (INACH), Dr. Gino Casassa, bajo el título "Verano antártico histórico"; y la segunda por el ex-diplomático y académico de la Universidad Autónoma de Chile, Dr. Jorge Guzmán, bajo el nombre de "Un Instituto Marítimo y Polar del Estado (III Parte)". La editorial, que de algún modo pretendía reseñar y contraponer ambas opiniones, aparece con el epígrafe "Dos visiones sobre la Antártica Chilena: ¿triunfalismo versus realidad?".
¿Existe en verdad tal dicotomía?
Tiendo a pensar que no. Me parece, más bien, que los antecedentes y datos científicos y operativos aportados por el director del INACH no son necesariamente contradictorios con lo que argumenta J. Guzmán en esta y anteriores publicaciones, desde una visión más geopolítica. De hecho, este último podría incluso mantener su crítica, que es más al Ministerio de Relaciones Exteriores que al INACH en sí mismo, sin dejar de valorar todo lo que se ha hecho en los últimos años.
Es indiscutible que la ciencia antártica chilena lleva un par de décadas de enorme progreso, y que iniciativas recientes como la construcción y operación del rompehielos Almirante Viel o el viaje presidencial a Glaciar Unión y al Polo Sur con un grupo de científicos, refuerzan lo que se ha venido haciendo en forma muy meritoria, con recursos siempre escasos. Todo eso ha servido para consolidar la posición de Chile internacionalmente. En el contexto del Sistema del Tratado Antártico, la investigación científica cumple un importante rol legitimador de la actividad de los Estados, a la vez que nos permite hacer soberanía antártica a través de la ciencia y la presencia nacional que la sustenta. Los avances y logros alcanzados deben ser aplaudidos y dados a conocer. Aún más, no puede dejar de valorarse que muchos programas científicos antárticos extranjeros tengan un cierto grado de dependencia de Chile, de sus puertos y aeropuertos, o de sus medios de transporte estratégicos, para realizar sus propias campañas.
Ello no significa, por cierto, que no haya mucho que reforzar y mejorar, partiendo por entender y asumir que Chile tiene "derechos soberanos" sobre el Territorio Chileno Antártico y no meras "pretensiones" al respecto. Se trata de palabras cargadas con un significado jurídico y político preciso, al punto que nadie entendido en estas materias se equivocaría en su empleo. Menos todavía pueden hacerlo nuestras autoridades, conscientes de que nos encontramos en una fase histórica de reordenamiento global, donde estas consideraciones geopolíticas, aún en el nivel discursivo, poseen una enorme trascendencia. Es necesario, asimismo, enmarcar el análisis de estos temas en la idea más amplia de la "región austral-antártica" (que, en palabra de Ramón Cañas Montalva, abarca desde el sur del golfo de Corcovado hasta el Polo Sur). Chile es uno solo desde Visviri al Polo, y no debe ser separado artificialmente en dos secciones al norte y al sur del Mar de Drake.
Para dar cuerpo a estas ideas, es esencial seguir haciendo todo aquello que estamos haciendo bien, pero además hay que avanzar en varios frentes. No se trata simplemente de hacer una "lista de deseos", que pudiera ser interminable, pero sí de enumerar desde luego algunas áreas de acción, tareas y actividades cuya importancia parece obvia. En lo que pudiéramos llamar el reforzamiento de la identidad antártica nacional, es urgente incluir las materias antárticas en el currículum obligatorio de la educación escolar chilena; darle más espacio y financiamiento a las ciencias sociales y humanidades antárticas, sin abandonar el esfuerzo que hoy se hace en ciencias naturales; y especializar a nuestros diplomáticos en temas antárticos. En lo operativo, hay que reabrir a la brevedad Villa Las Estrellas con población civil; modernizar nuestras actuales bases antárticas, dotándolas de laboratorios de última generación y de servicios ambientalmente amigables; establecer y operar regularmente una base en el sector oriental de la península Antártica; contar con nuevos medios de transporte marítimo y aéreo para operaciones antárticas; y alinear la acción de los operadores privados chilenos con los intereses nacionales. En lo territorial, debe completarse la solicitud de reconocimiento de plataforma continental extendida en el Mar de Weddell. Finalmente, en cuanto al soporte a la actividad antártica desde el Chile americano, resulta esencial mejorar las capacidades portuarias y aeroportuarias de Punta Arenas y Puerto Williams; concluir el camino de Estancia Vicuña a Yendegaia; y avanzar en la construcción del Centro Antártico Internacional en Punta Arenas. Sin duda hay muchas más cosas que hacer si queremos que Chile continúe siendo un socio antártico imprescindible para cualquier país que quiera operar en las latitudes australes y, a pesar de su tamaño solo medio, siga siendo un actor influyente en estas materias, pero aquí hay, me parece, un listado de acciones a las que debiéramos abocarnos en la próxima década.
En un sentido más general, debemos asumir que la Antártica es mucho más que ciencia y protección de su medioambiente, y que requerimos sumar otras perspectivas, tales como la mirada geopolítica. Para avanzar, hay que analizar críticamente lo que estamos haciendo y, sobre todo, generar la voluntad política que nos permita pasar cuanto antes a la acción. Ella debe basarse en un análisis amplio y fundamentado, de carácter estratégico y que adopte una perspectiva de mediano y largo plazo.
Desde la década de 1990 en adelante (al menos en Occidente) la política internacional tendió a verse de un modo más bien idealista y naif. Lo antártico no escapó de ese influjo. Incluso más, el buen resultado de privilegiar la actividad científica como un modo de asegurar la paz, fue probablemente un promotor de ese tipo de miradas. Cada tanto se nos olvidó, sin embargo, que la lucha por el poder seguía estando allí. Hoy, que el realismo político parece regresar en gloria y majestad (lo cierto es que nunca se fue del todo), se llama con urgencia a adoptar perspectivas más duras. Hay que tener cuidado, no obstante, con errar nuevamente nuestra apreciación. No podemos pasar por alto algunas preguntas básicas, ¿Cuál es el peso efectivo de Chile en el orden mundial? ¿Qué es lo que realmente podemos/nos conviene hacer? ¿Cómo podemos usar a nuestro favor las reglas del sistema multilateral? Hay que pensar con detención acerca de cómo aprovechar de mejor manera nuestras ventajas, que en temas antárticos son varias. Más allá de plantear algo así como ciencia/idealismo versus geopolítica/realismo, o triunfalismo versus realidad, dicotomía que parece desde luego equivocada, la gran pregunta es cómo utilizar todas las herramientas con que cuenta Chile – entre ellas la fortaleza de su programa científico, la habilidad de su diplomacia y las capacidades de sus Fuerzas Armadas – para garantizar, en primer lugar, los intereses y derechos soberanos antárticos de la nación chilena y, a través de ello, colaborar en lo mejor para la Humanidad. No es lo uno o lo otro, sino que lo uno más lo otro.
Los jefes comunales enviaron oficio al Ministerio de Transportes para reactivar la ruta aérea que beneficiaría a miles de habitantes del sur de Chile.
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